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viernes, 22 de agosto de 2008

Equilibrio.








Equilibrio. Esa es la palabra que me saca esta foto.

El que hace ese barco solitario sobre el horizonte.

Siempre vi ese horizonte como la frontera entre dos mundos, el que vemos y el que
imaginamos.

Fue chulo el momento de esa foto... por muchos motivos:

Esa raya horizontal que divide realidad e imaginación es uno de los rincones donde me
gusta acurrucarme.

Cuando trato de recrearme en un momento, hago inventario de sonidos y, de ese día, recuerdo el sonido de las olas, tranquilas (este verano los surfistas se han dedicado a pescar), susurrantes, acercándose a mis pies descalzos y tratando de acariciarme con su transparencia espumosa, fresca y salada, una pequeña barca a motor, que avanza lenta con su ... po po po po po po po po po po po po po po po po ... y como único tripulante y capitán, un viejo con boina se lía un cigarro sin saber que yo le estoy mirando y que, desde la playa, veo que está cantando solo. Por último, mi inventario de sonidos termina con unas gaviotas que observan la escena desde lo alto y que se alejan hacia el puerto comentando entre ellas lo que hay detrás del horizonte que, desde su altura, se ve con claridad.

Me gusta la soledad serena que me transmite ese barco. A menudo cojo su timón a la luz perezosa de las 07h de la mañana en los veranos del norte, me asomo a la cascada que hay al otro lado de la raya que une cielo y mar y nunca acabo de entender:

"-Si este agua está cayendo constantemente del lado que vemos hacia el lado que imaginamos ... ¿Cómo es que no acaba vaciándose el mar?-
Serán cosas de la luna me respondo, con ese tipo de respuestas que se da quien en el fondo no las busca, porque hay cosas que en sí mismas son mucho más grandes que su explicación... no necesitan explicarse.

Fue chulo apretar el botón de una máquina prestada y colar tras un objetivo amigo este momento.

viernes, 15 de agosto de 2008

Historias del Barrio "Pi" V (Cazar luz)

Agarrados de la mano, Lucía y Jacobo salen a la calle, Jacobo se sienta en el poyo de la puerta de casa y coge a la niña en su regazo mientras le explica:

- Mira pecosa, hacer una foto es robarle la luz de un instante al mundo, es cazar un momento, parar el tiempo y guardarlo tras el objetivo.

Es importante elegir qué instantes se le roban al mundo, observar con ojos depredadores y, agazapados tras la mirilla de la máquina, buscar el momento, la luz y el encuadre.

No olvides nunca que, cuando aprietes el botón de la máquina, estarás lanzando una red de luz, y que la cámara tiene el poder de rescatar esa fracción de segundo de las fauces del pasado y te da la oportunidad de hacerlo a tu manera, de aportarle tu sentido, tu arte, tu alma.

La cámara y tu unís vuestras miradas convirtiéndoos en un equipo. Con el tiempo aprenderás a manejar todas las variables técnicas de la máquina, todo su potencial, sin embargo, saber mirar el mundo es algo más complicado, hay gente que no aprende nunca -

Lucía escuchaba a su padre con la boca abierta sintiendo que este le estaba explicando algo vital a juzgar por la solemnidad con la que le hablaba. Aunque no entendiera todas las palabras, si captó la esencia del mensaje, y mientras Jacobo hablaba, ella observaba toda la plaza a través de la mirilla... jugando con el objetivo... "mirando su pequeño mundo".

-Hoy harás tu primera fotografía Lucía. Eso es algo importante, tenemos que hacerlo bien, yo te ayudaré, pero serás tu quien elija lo que quiere fotografíar.-

-Una mariposa- Contestó Lucía sin necesidad de pensar nada, lo tenía claro.

-Uf, has elegido un objetivo complicado, pero lo haremos-

(Continuará...)

Historias del Barrio "Pi" IV (Lucía: El tesoro óptico)

El olor de la hierba segada baja desde la colina enredado en la brisa refrescándonos la piel y el alma... sin llegar a ser frío. Los colores de la calle casi deslumbran en las horas de más luz.

En este barrio los niños crecen en libertad, no necesitan esa protección de las grandes ciudades que "encarcela" a los niños.

Lucía tiene 7 años. Es una niña rubia, pequeñuca y pecosa de ojos claros, grandes y expresivos... una niña luminosa, observadora y curiosa. Suele vestir con petos vaqueros desgastados, en esta época lleva unos cortos, sin camiseta debajo, con sus hombros morenos al aire y unas converse rojas sin calcetines... eso cuando no va descalza.

Vive con su familia en una casa anaranjada que da a la plaza del pueblo. Una de esas casas pequeñas pero acogedoras, ese tipo de calor ajeno a los lujos, ese calor de la gente que está viva, que se quiere y que sonríe.

El padre de Lucía se llama Jacobo, es el fotógrafo del barrio, un tipo gallego de hablar gracioso e irónico que siempre quiso ser pintor pero que, como nunca consiguió aprobar la asignatura de dibujo lineal, optó por la fotografía y desde luego sabe suplir con su mirada las limitaciones de sus manos.

Le gusta especialmente la luz del atardecer en la época estival, cierra pronto por las tardes y se va a pasear, se va de caza. Jacobo es un cazador de luz, le roba instantes al mundo con su cámara.

Hoy cierra la tienda un poquito antes, se encuentra inspirado y quiere compartir eso con Lucía.

La niña juega a las canicas en las jardineras o en los hoyos que el tiempo hizo en el suelo empedrado de la plaza.

La pecosa (así le llama cariñosamente su padre) está merendando un bocadillo de nocilla en la cocina y su madre se ríe mientras le alborota el pelo con la mano.

- NIña, un día vendrán las demás madres a reclamarme tu nido de canicas... sales de casa con una en la mano y siempre vuelves con los bolsillos llenos-.

- Mamá, el juego es así, yo tengo mejor puntería que los demás- Responde Lucía a la vez que guiña un ojo y se muerde el labio inferior imitando el gesto de apuntar.

En ese momento Jacobo entra en la cocina. -¿Puntería? Mmmmm... veamos qué tan buena puntería tienes-

A Lucía le brillan los ojos y se le pone esa sonrisa desdentada como un piano que tienen los niños cuando empiezan a perder los dientes de leche, una de esas sonrisas que salen espontáneas con hoyuelos incluidos. Se limpia la nocilla de los morros con la muñeca y le da la mano a Jacobo.

-Ven para acá mi niña, quiero explicarte una cosa- Dijo el padre colgándole una máquina de fotos al cuello. La niña no se lo podía creer, agarró con sus pequeñas manos aquel tesoro óptico apretándolo contra sí como si tuviera vida.

(Continuará...)

Historias del Barrio "Pi" III ("Contrapunto")




Estamos en vacaciones de verano, esos días tan largos en los que parece que se vive más, en los que después de cenar aún se está a gusto en la calle escuchando grillos y mirando las estrellas, mientras tomamos un Cola Cao frío sin necesidad de hablar. Sintiendo que respiramos, que estamos vivos, palpando la certeza de que nuestra gente también lo está con solo girar la cabeza y verles respirar a nuestro lado.


Las noches de luna llena yo me sitúo mirando a la casa de la colina. Allí vive un viejo pianista loco, sin nombre, al que todos llamamos "Contrapunto". Bueno, en realidad unos le llaman contra y otros punto, solo cuando la cosa se pone seria, algunas personas le dicen Contrapunto. 

Contrapunto es uno de esos locos inofensivos a los se les cruzan los cables porque su inteligencia no cabe en este mundo. 

Los días que no hay viento se oye su piano desde el Barrio, y a veces sacamos nuestras sillas a la calle para escucharle, todo el mundo en silencio mirando hacia la colina. A veces cuando termina nos reímos y aplaudimos todos juntos porque sale desnudo de la casa y se pone a dar saltos y volteretas colina abajo. En esos momento yo siempre me fijo en Matilda que en lugar de reirse solo sonríe observándole con un brillo especial en la mirada y, si hace frío, sube dando un paseo hasta la colina, le agarra con cariño del brazo y con su hablar sereno le tranquiliza y le ayuda a vestirse.

Historias del Barrio "Pi" II (algunos personajes)

Don Camilo el cura estuvo trabajando en un circo como "El hombre más fuerte del mundo" hasta que sintió la llamada del Señor una tarde en la que, mientras echaba la siesta, un elefante le cagó encima. 
Sus homilías eran verdaderamente intensas,  provocaban en los momentos más acalorados el aplauso incontrolado de sus fieles que se levantaban y hacían vítores. Don Camilo levantaba los brazos y aplacaba a "su rebaño" simulando creer inmerecidas tales demostraciones, aunque en el fondo le hinchaban orgulloso. Era su particular baño de multitudes.

La librería del pueblo era un rincón de cultura, provocación, calor, motivación... ... no me resulta fácil explicar lo que se sentía al entrar. Los olores a madera, chocolate, café, pintura, papel... ... mezclados con la luz que entraba por el gran escaparate y la sonrisa con la que Matilda recibía a todo el que hacía sonar las campanillas de la entrada, creo que eran el reflejo de lo que ella quería mostrar de sí al mundo. Aquel no era solo un espacio físico, sino una forma de vida y de pensamiento. 
Matilda tenía un hablar sereno, bien vocalizado de voz firme y empostada. Miraba siempre a los ojos de la gente. 

Era una persona cálida y cercana pero que a la vez intimidaba por lo que había vivido, por lo que sabía y por lo bien que lo contaba.


Rondaba los 50 años, con una belleza que aparentaba fragilidad, como la de Audrey Hepburg, pero con una fortaleza y seguridad que hacían temblar el más "pintao".  Fumaba  en pipa y llevaba siempre bonitos pañuelos en la cabeza para proteger su pelo de los trabajillos que siempre se traía entre manos (restauración de los muebles, encuadernación de libros, sus lienzos desordenados y siempre por terminar en la trastienda). Matilda decía que las letras deben ir acompañadas de una mesa y una taza o un vaso según el momento... y todo el que entraba por allí estaba invitado a tomar algo (café, chocolate, vino, ron... daba igual... algo). 
Tenía profundas conversaciones políticas con su perro Don José, uno de esos perros largos, bajitos y culones de grandes orejas que arrastra con poca gracia por el suelo y que tienen cara de buena gente. 


Esa foto es de sus últimas vacaciones en un pueblo perdido del norte.

Cada vez que Don Camilo se acercaba por la vieja librería, Matilda y él, acababan enzarzados en fuertes discusiones teológicas y el cura terminaba saliendo enfadado con su libro de la mano y olvidando pagar, con lo que a Matilda se le hinchaba más aún la vena de la frente (esa venilla que se le ve a las mujeres delgadas y pálidas cuando se enfadan)  aún más y planeaba en secreto asaltar el cepillo de misa el domingo a la hora de los blancos... ... al rato de divagar sobre cómo hacerlo, acababa riéndose de sí misma... y temiéndose capad de hacerlo. 

Joaquín era un tipo vegetariano, conformista y triste. Vegetariano por simpatía hacia los animales, conformista por no haber sabido hacer otra cosa que continuar con el negocio de su padre y triste porque su padre fue carnicero. ¿le podéis imaginar hablando con cada animal antes de la ejecución, ofreciéndole un cigarrillo con su cara de pena y contándole lo dura que es la vida? ... triste... era un tipo triste, pero nadie interpretaba como él las Arias de Verdi, de hecho era uno de los atractivos del coro, que llenaba la plaza cada domingo.
(Continuará...)

lunes, 11 de agosto de 2008

Historias del Barrio "Pi" (Primeros pasos)




Has empezado a leer sin que suene la música? Si lo has hecho, dale al play y vuelve a empezar.



Aquel barrio tenía algo que me atrajo con fuerza desde la primera vez que lo olí... no bastaba con verlo, aquel barrio había que sentirlo de pleno.

Olía a pastelería en invierno y a hierba segada en verano,  el viento sur del otoño traía olor a chocolate, nueces y castañas y las primaveras amanecían con una esencia fresca de manzanas reinetas. Ya sé que estas manzanas maduran al final del verano, pero allí todo seguía su propio ritmo... ...en aquel microclima, si nadie se preocupaba demasiado por la lógica de las cosas, no iban a hacerlo los manzanos ... ¿No?

La  disposición del barrio era parte de su esencia, estaba a la salida del pueblo, al pie de una colina verde como la de los Teletubbies. Por allí no se llegaba a ningún sitio, por allí no se pasaba, allí se iba.  (la diferencia entre ir y pasar... esa era una parte importante del carácter del barrio)


Los niños jugaban invadiendo las calles sin peligro, porque los pocos coches que llegaban al barrio se quedaban a la entrada, de hecho, la policía local, viendo que sus servicios no eran necesarios acabaron transformados en personajes infantiles  (Teleñecos, Barrio Sésamo, Teletubbies...).


Las calles estaban repletas de huellas dejadas por los niños, los cuadrados del tejo pintados en el suelo, porterías dibujadas en las paredes, gomas atadas de farola a farola, guas de las canicas agujereados en las jardineras... ...


Ahora sé que no era una sola razón la que me unió a aquel lugar, sino la suma de muchas que me fueron abrazando, que me hicieron crecer y aprender en la inmensidad sin límites de aquel pequeño rincón del mundo que fue a acurrucarse allí, como escondido, como si fuera un cacho de otro planeta que, desorientado, acabó en aquel huequín de la tierra por equivocación.

Parecía sacado de uno de esos musicales en los que todos los vecinos salen cantando y bailando a  la vez, asomados por las ventanas, agarrados a las farolas, saliendo de las porterías, saltando sobre los charcos con sus zapatos de claqué.

Allí todo el mundo cantaba y lo hacía bien, salvo Matías el herrero que de pequeño, por no oir las fuertes discusiones de sus padres, un invierno se tiró al lago helado y se quedó sordo. Esto le provocaba un ligero problema de afinación y ritmo que traía loco al director del coro, un esquimal islandés paciente y equilibrado, que iba a todas partes con su amiga Björk, una foca albina con acento andaluz que era adicta a los sugus de piña.

MIrar el barrio desde la colina era darse un baño de colores y de luz, era como desayunar un boll de ácidos, era frotarse los ojos y volver a mirar,  impregnarse de un ritmo sereno y seguro, ajeno a lógicas e inercias, que transmitía una calma intensa a quién lo contemplaba y lo preparaba para patear sus calles.


Me divertía observar las conversaciones y las risas de las vecinas que cruzaban las calles de balcón a balcón y sin poder evitarlo casi me colaba entre sus fogones.
Pero sin ninguna duda, lo que más me atrajo de aquel lugar fueron las rarezas divertidas de los vecinos, cada uno tenía la suya:

(contiuará...)

domingo, 3 de agosto de 2008

A mis personajes imaginarios (los que tienden a reales y los que ya lo son)





... mecido entre el cariño, la ilusión y la imaginación...

... ... En este híbrido de realidad y planeta imaginario que orbita mi vida...

como hace la luna con la tierra,

Jugando con las mareas... ...




Pendulo acurrucado sobre mi mecedora, 

que se mueve  atraída por la fuerza gravitatoria 

de los pocos satélites que supieron moverla...