....
....
....

jueves, 30 de octubre de 2008

Daño Colateral



 -Les habla el capitán Shuterland, responsable de la tripulación de este Boeing 747. Volamos a 35000 pies de altura y la temperatura exterior es de  -50 ºC. Estimamos llegar a nuestro destino en 90 minutos, allí nos encontraremos con un día soleado y una temperatura de 38 ºC.

Les deseo un feliz viaje y no olviden que nuestra tripulación está a su disposición para atender cualquier duda o necesidad.-

------------

“El jefe”, así prefiere que le llame la gente que compone su equipo de confianza. Ese trato facilita un ambiente de camaradería, pero sin que nadie olvide quien tiene la última palabra. Su familia gastó mucho dinero en una formación que él sintetiza en conclusiones simples de ese tipo, que con el tiempo ha automatizado de forma inconsciente.

Está sentado en la parte trasera del avión, solo. Le gusta ver sin ser visto y esa posición se lo permite.

Se recrea dibujando círculos con un vaso de Whisky en la mesita de roble  que tiene a su derecha. Provoca que los hielos golpeen suavemente el vaso y ese sonido le hace presente en el resto del avión, impregnando de cierta tensión el ambiente. Su gente está siempre alerta, deben predecir sus intenciones aún estando de espaldas a él.

Su azafata personal se le acerca con una sonrisa de protocolo:

Buenas tardes Sr. Presidente ¿Puedo ofrecerle algo?-

-       Si por favor, tráigame uno de mis puros y avise a mi equipo, nos reuniremos en 20 minutos.-

La azafata se aleja hacia la cabina y “el jefe” posa sobre su culo una mirada en la que se lee como un libro abierto:

-Joder, qué buena está esta tía, siempre me mira sonriendo, lo mismo me la quiere chupar la hija de puta… … vaya culito-.

 

Desde que tiene mujeres en su equipo de asesores, ha aprendido a no exteriorizar esos pensamientos, en el fondo echa de menos los viejos tiempos en que esas fanfarronerías iban seguidas de risotadas y codazos.

 

La chica le trae un puro al “jefe” y este, mientras lo calienta con su mechero, sin mirarla a la cara, pregunta:

-       Disculpe señorita, ¿Cómo se llama?-

-       Mi nombre es Norah, señor-

- Ok Norma- responde el presidente observándola de arriba abajo con descaro, a la vez que hace una “O” con el humo del puro.

De nuevo su mirada le traiciona y este narrador oculto, que toma notas desde uno de los reposa maletas, lee claramente estos pensamientos:

-Coño, es verdad, si lo lleva escrito en la chaqueta. Joooder... con esas tetas habría que ser maricón para ver la chapita de los cojones-

 

Le gusta esa sensación de poder que da el hecho de ilusionar a alguien solo con llamarle por su nombre. Él da por supuesto que todo el mundo le conoce y la falta de interés, hace que, habitualmente, confunda los nombres de los demás. La gente se rumia el error del “jefe” y acaba acostumbrándose a responder por un nombre que no es el suyo.

En un intento fallido de hacerle una gracia a la chica, le dice:

-¡Mire Norma!! Si es marca de la casa-  Señalando la vitola del puro, que lleva una inscripción personalizada.

Norah, saca de nuevo su sonrisa profesional, que el presidente ya no sabe distinguir de las reales y le deja fantaseando con su verborrea de seductor poderoso.

 

 

-¡Atención! Les habla el capitán, estamos experimentando problemas para controlar el avión. En breve sufriremos fuertes turbulencias. Vamos a llevar a cabo el protocolo de máxima seguridad. Repito, PROTOCOLO DE MÁXIMA SEGURIDAD.-

El presidente mira atónito al resto de su equipo, que ejecuta de forma rigurosa los movimientos para los que han sido entrenados.

¡¡¡Foooommmm…!!!! El avión desciendo de repente y el whisky bautiza y despeja el pánico que tiene paralizado al presidente. La aeronave hace un ruido ensordecedor. Dos hombres corpulentos se acercan a él, lo levantan en volandas y lo llevan a la cápsula de seguridad, diseñada para expulsar a una persona del avión en pleno vuelo si fuera necesario.

 

Al cerrarse al vacío,  el silencio interior de la cápsula acentúa su respiración, mira alrededor y se da cuenta de que aún tiene el puro en la mano, lo apaga corriendo para no malgastar el oxigeno y lo guarda en el bolsillo de su chaqueta.

-joder, joder, joder, joder… mierda-

Los oídos se le taponan, el sonido de la respiración se amplifica, y cada una de sus palabras hace eco en el interior de su cabeza.

De repente se apagan todas las luces salvo una tenue de color rojo. La cápsula pendula y el presidente se golpea con las paredes, haciéndose una herida en la ceja, poco profunda pero aparatosa.

Después de un rato de pánico y descontrol, un golpe seco tumba al “jefe” en el suelo. Automáticamente la puerta se abre.

Una bocanada de luz y calor golpea el interior de la cápsula y el cuerpo del presidente, que tiene perdida la noción del tiempo y el espacio. No sabe donde está, la claridad del exterior le ciega por unos momentos y sale a la calle con la mano en la frente para protegerse de la luz.

Oye rumores infantiles en un idioma que le resulta familiar, pero que es incapaz de entender y a medida que va adaptando sus pupilas a la claridad, se da cuenta de que está rodeado de 25 o 30 niños que lo miran con más curiosidad que miedo.

 

La estampa es realmente desconcertante. Acaban de ver caer del cielo una especie de iglú de metal sujeto a un paracaídas del que ha salido un tipo de traje gris, con el rostro ensangrentado, aturdido y desorientado.

--------------------------------------------------------------------------------------------------

-Parece borracho-

Dahr, el más valiente de los niños, se acerca a él y le toca con un palo. Cuando el presidente se queja, todos se alejan un poco y murmuran sin perderle de vista.

Su primera impresión es que se trata de un ser indefenso, puesto que en ningún momento hace ademán de atacar o gesto amenazante.

Hakim, el hermano pequeño de Jaharitz, se suelta de los brazos de su hermana y se cuela en iglú metálico del que salió el señor de traje gris. Jaharitz lo llama a voces que este ignora.

 

-Hakim, ¿Dónde vas? ¡¡Ven aquí ahora mismo!!.-

Es curioso el sentido de la responsabilidad que desarrollan los niños que se crían en situaciones adversas. A veces se les pone mirada de adulto, aunque tengan una muñeca descabezada y sucia entre las manos.

El pequeño entra en la cápsula y a los pocos segundos sale de ella corriendo, con una bolsa de comida. El presidente lo ve e intenta agarrarlo, pero Dahr levanta su palo y este se para al instante, como un perrín atemorizado y dócil, sin atreverse a mirarlo directamente a los ojos.

Alza la vista sobre las cabezas de los niños y ve detrás ellos un campamento inmenso. Se lleva las manos a la cabeza al ser consciente  de su situación. Ha caído al lado de un campo de refugiados iraquí.

-La madre que me parió. ¿Dónde coño estoy?. Espero que esta puta “batidora” envíe señales con mi localización y no tarden en venir a buscarme-.

La mirada del presidente es una mezcla de pánico e incertidumbre. Nunca se había enfrentado solo a una situación de este tipo, en la que él es el único responsable del resultado, no tiene a quien mirar para que responda por él o que le sirva en bandeja tres respuestas entre las que elegir.

Está  bloqueado y solo se le ocurre entrar de nuevo en la batidora, cerrar la puerta y acurrucarse en el suelo con la mirada perdida.

Dentro de la cápsula hay agua y alimentos para sobrevivir tres días.

 

 

Todos los niños centran su mirada en la bolsa de comida que Hakim abrazada a su pecho como si fuera un peluche. El niño se refugia en los brazos de su hermana y mira al resto con el valor y la firmeza que da el hambre. Ni por lo más remoto se le ocurriría abrir la bolsa delante del resto.

Durante un momento todos se olvidan de la batidora gigante que cayó del cielo y del tipo que está dentro, hasta que Amhak, el más vivo de todos, un niño pecoso de ojos grandes, que lleva las gafas con un cristal roto, coge una piedra del suelo, se queda mirando la cápsula pensativo y todos los demás leen en su mirada: De donde salió esa bolsa, habrá más.

 

Cada niño busca a su alrededor una piedra. El presidente, sentado en el suelo, trata de pensar, pero está bloqueado. Tiene las piernas encogidas entre el pecho y  sus brazos, con la mirada fija en la luz roja que palpita al mismo ritmo que sus vaivenes pendulares.

 

¡¡Brrrrrrrroooommm..!!!!!! Un redoble de treinta piedras golpeando el exterior de su iglú de metal y le provocan un grito de pánico amplificado por la sonoridad del interior de la cápsula. Por un instante se avergüenza de sí mismo y mira absurdamente a su alrededor, como para asegurarse de que nadie le ha oído.

¡¡Brrrrrroooommmm…!!!!! El redoble de piedras continúa como una tormenta psicológica que va haciendo mella en el presidente.

¡¡Brrrrrroooommmm…!!!!! Ya no da grititos, pero su ritmo de penduleo, ahora, duplica al de la luz roja, las gotas de sudor se mezclan con la sangre en su frente y caen sobre la camisa.

¡¡Brrrrrroooommmm…!!!!! La tensión aumenta a cada redoble, hasta que la sensación de ahogo, miedo, taquicardias y angustia superan la capacidad de razonar del presidente y contra toda lógica,  abre la puerta de su iglú y sale gritando.

La mano de una anciana tocando su frente le despierta. Abre los ojos y la mujer, de nuevo, en un idioma, para él incompresible, da una orden a su nieta Jaharitz, señalando al puchero que hay sobre el fuego.

Por un momento piensa que acaba de despertar de una pesadilla, pero no tarda en comprender. Está en una tienda del campo de refugiados.

-Señor, debe comer- El presidente escucha esas tres palabras como quien oye a un Ángel.  Aquella anciana de pelo sucio, desdentada, que tiene más barba que él y que aparenta  un millón de años, dice tres palabras en su idioma que provocan en el presidente una sensación de alivio balsámico que no recuerda haber sentido nunca.

La verdad es que ni siquiera tiene hambre, pero por satisfacer a aquella vieja  se comería huevos podridos. Esas tres palabras significan hospitalidad y por un momento olvida donde está, quien es y el miedo.

-       Señora ¿Habla usted mi idioma?-

-       Un poco, mi marido, mercader. Años 50 viajar mucho. Tome sopa-.

-       ¿Quién es usted?¿Qué me ha pasado? ¿Cómo he llegado aquí?-

-       Mi nombre es Nuhr. Niños cuentan. Usté salir de tienda de metal a la vez que treinta piedras golpean. Fuerte golpe en cabeza. 16 horas dormido.-

-       Muchas gracias Señora- El presidente agarra el puchero de agua sucia que la anciana le ofrece y se lo va bebiendo a sorbos mientras toma conciencia de su situación.

Una hoguera trisca a la puerta de la de la tienda de campaña a modo de cocina, huele a humo, algunos niños asoman la cabeza curiosos y se ríen por lo bajines.

Tocotocotocotocotocotocotocotocotocotocotocotocotocotocotoco…

Un zumbido lejano se aproxima al campo, los niños que había a la puerta de la tienda salen corriendo, pero Nurh  no se alerta. Es habitual que se acerquen helicópteros de ayuda humanitaria.

Jaharitz mira al presidente en silencio, para ella es un señor vendado al que su abuela cuida como ha hecho muchas veces con otros hombres heridos.  Este busca algo con lo que mostrar agradecimiento, se palpa los bolsillos y solo encuentra el puro que le dio Norma ¿o era Norah?, despega con cuidado la vitola y se la coloca a la niña en su vestido morado a la vez que le guiña un ojo.

 

La abuela mira el logo de la vitola y pregunta:  -¿AIR FORCE ONE?-

El presidente sonríe y responde mirándole a la cara: Es la marca de la casa  Nuhr.

 

TOCOTOCOTOCOTOCOTOCOTOCOTOCOTOCO…

El sonido es cada vez más cercano, extrañamente cercano, los helicópteros no suelen acercarse tanto al campamento, porque volarían las tiendas de campaña. Nurh manda a Jaharitz salir a ver qué pasa.

 

El presidente adivina lo que está pasando y les dice a ambas que salgan al descampado, pero es demasiado tarde, el sonido de los helicópteros tapa su voz y comienza a provocar unas corrientes de aire que vuelan las tiendas. Se oyen disparos y lamentos, y él entiende que cuanto antes lo encuentren, antes pasará todo, así que sale corriendo hacia los soldados.

Nuhr no entiende nada y se dirije a él:

-       Donde va señor, no debe esforzarse-

-       No se preocupe Nuhr- Pero al girar la cabeza hacia ella ve que la culata de un rifle de asalto golpea su cara y cae al suelo mientras su nieta llora mirándole, sin entender nada.

Dos soldados lo agarran mientras otros dos les escoltan hasta el helicóptero. Al ascender, el presidente no deja de mirar a la niña y lamenta, en ese momento, con una rabia contenida que le ahoga, todas las veces de su vida que ha utilizado la expresión: Daño colateral.

PRINGAOS (Fábula del pescador y el hombre importante)



Esta historia no es mía, me la contó un amigo hace tiempo y yo la escribiré en este espacio como la recuerdo. En este caso la verdad no será un lastre, lo que no recuerde me lo inventaré tratando de respetar el fondo de la fábula:
Imaginad un pueblo pesquero.


Huele a salitre y a pescado, a mar. Un olor fuerte pero no desagradable. Las gaviotas omnipresentes cantan canciones populares con las mujeres que cosen redes y miran al horizonte. Ese horizonte tras el que vive su familia, justo detrás de esa raya que separa agua y cielo por la que desaparecen hijos, maridos y hermanos.
Las canciones más alegres siempre suenan cuando el horizonte trae a la familia, canciones que sueltan el suspiro contenido que se les agarró a las entrañas cuando el barco partió. El ritmo lo marcan los amarres que sujetan los barcos al muelle y son mecidos por las olas, casi parecen ligeras esas moles de madera, metal y cuerdas.


El puerto en el que ocurrió esta historia tiene una taberna, pero no una taberna cualquiera, sino "LA TABERNA". Cuando un sitio tiene solera de verdad, nadie sabe como se llama, es La Taberna y da igual que en el cartel de madera de la entrada ponga "La marejada".
Cuando un turista, aconsejado por alguna guía de viajes, pregunta por "La marejada" a un lugareño, este se rasca la nuca moviendo su boina hacia adelante, encoge los hombres y responde –"usté" se equivocó de pueble amigo-.
En LA TABERNA hay fotos de barcos y de marineros, fotos de peces grandes, pequeños y peces raros, desde una sardina con dos cabezas, hasta un atún con bombín y gafas de sol.
Un viejo piano reposa cansado y solo bajo los ventanales que dan al muelle, casi todas las noches Don Camilo, un cura rojillo y vivaracho al que le gusta más el aguardiente que el vino de consagrar, se sienta un rato al piano antes de cenar y canta provocando a todos los marineros que terminan siguiéndole y entonando todos juntos "La salve marinera".
En la puerta de LA TABERNA hay una campana que solo puede tocar el patrón de cada barco cuando llega a puerto, todos saben cuantas veces debe sonar y llevan la cuenta de cabeza,  como cuando esperamos algo y suena un viejo reloj de pared recordándonos que no se paró el tiempo.
Si alguna vez vais por allí pedid un blando de rueda y un caldo...  de las tapas no os hablo porque aún no he cenado.
Las gentes del puerto tienen la piel y la mirada curtidas, por el frío y el horizonte, que de tanto mirarlo se les achinaron los ojos, como cuando tratas de agudizar la mirada o te deslumbra el sol. Miran a la cara con la seguridad que da el estar en tu terreno, pero son hospitalarios y si la pesca se dio bien nunca te dejan pagar una ronda.
En estos sitios se dan amistades muy curiosas, como la del cura del que os hablaba con Matías, que es el protagonista de mi breve fábula y ateo practicante. Cuando beben más de la cuenta acaban manteniendo discusiones teológicas hasta las tantas de la mañana, discuten mucho pero en el fondo se quieren.
Buf… ya, sin darme cuenta, se me coló Matías en la historia. Bien, os tengo que decir que él es quien vivió esta fábula y que él fue quien me la contó... 
Matías es un tipo sencillo, una de estas personas que sabe lo que quiere y como conseguirlo, tiene una estampa típica, boina, pantalón de tergal, camisa gorda de cuadros remangada. Habitualmente fuma tabaco de liar y lleva el cigarro medio apagado entre los labios.
Es un tipo intuitivo y listo, no tiene el vocabulario más extenso del mundo, pero nunca se le queda una idea sin expresar, es claro y transparente, es buena gente.


Yo lo conozco porque voy a patinar a menudo al paseo del puerto, a veces tomo algo en LA TABERNA y me siento, con el permiso del cura, a tocar el piano, aunque a ellos no les hace mucha gracia mi repertorio, a menudo me dicen - ¡Niño!! ¿Es que no sabes nada que se pueda cantar?-
Al poco de conocernos fue cuando me contó su fábula, me vió con el portátil y el móvil hablando de trabajo, eran las nueve de la noche, chasqueó los dientes, hizo una mueca muy típica de él en la que arquea una ceja, se sentó a mi lado y dijo:


-Mira, niño, el verano pasado, a finales de Septiembre yo volvía de pescar con mi bote, no se me había dado mal la mañana, tenía 6 piezas en mi cesta y me disponía a descargarlas cuando un tipo se me acercó. El hombre tendría 50 años, era educado:
- buenas tardes, buen hombre, ¿Se le dio bien la pesca?-.
-No me puedo quejar-
Pero le vi con ganas de seguir preguntando y mi mirada se lo puso fácil, pensé que me iba a divertir un rato.
-¿Le puedo preguntar que hará con su pesca?.
-Pues mire señor, no tengo grandes ambiciones, de las 6 piezas, 3 las venderé en la lonja, una se la cambiaré a mi amigo Manuel por una lechuga y 4 tomates y las otras dos las cenaré esta noche con mi familia.


El señor se quedó pensativo, era de estos tipos que lo miran todo analizando su productividad, y mi rendimiento del día no le acababa de encajar. Continuó preguntando:
-¿Y se conforma con eso? ¿Así vive bien?
- Mire, me gusta mi vida, Madrugo, salgo a pescar con mi bote, a veces solo y otras con algún amigo, regreso a media mañana al puerto y me tomo un vino mientras leo la prensa y charlo un rato con algunos con la gente del puerto. Después vuelvo a casa yentre mi señora y yo atendemos nuestra huerta y así hacemos hambre para la hora de comer. Muchos días mis nietos vienen a comer a casa, no necesitan avisar, aquí siempre hay comida de sobra, y el tiempo no es un problema.
Después de comer echamos la siesta todos, hasta que Anouk, mi nieta pequeña, se despierta cantando "Asturias patria querida" con su lengua de trapo. Por las tardes siempre damos un paseo hasta la cabaña de mi amigo Luis, le ayudo un rato a arreglar el ganado y siempre me da leche, queso, algo de matanza, unos huevos.
A mis nietos les gusta mucho corretear entre los animales, aunque la abuela se pone algo nerviosa.
El hombre importante se quedó pensativo, mi estilo de vida no acababa de convencerle y yo le pregunté:
-¿Algún problema?-


Aquel hombre, dentro de su amabilidad y con la intención de abrirme los ojos comenzó a objetar sobre mi vida y a hacerme los siguientes planteamientos:


-Mire, buen hombre- Me dijo.
-Creo que debiera de ser más ambicioso.Tendría que madrugar más y regresar más tarde al puerto, nada de vinos con los amigos, esforzarse para vender su pescado en el mejor momento y al mejor precio.


-¿Y eso para qué?- pregunté yo.
-Si hace eso, puede ganar más dinero y con el dinero puede pagar a sus amigos para que vayan con usted en el barco y así podría pescar más aún.


-¿Y eso para qué?. - pregunté yo de nuevo.


- Con el tiempo, si se esfuerza y ahorra, podrá comprar un barco más grande y contratar a más gente. Podría aumentar sus capturas y crear su propia empresa, hacerse un nombre en el mercado.
- Ya, y ¿qué hago yo con todo eso? continué preguntando.


- Pues mire, replicó un poco contradicho el señor importante, si invierte bien su dinero, después de muchos años de duro trabajo podría tener una factoría propia con una cartera de clientes importantes y si consigue el volumen de negocio suficiente quizá pueda, al final de su vida, vender su empresa y cobrar por ella mucho dinero.


- ¿Y? Pregunté de nuevo haciéndome el tonto.


- Pues cuando tenga todo ese dinero, podrá comprarse una casita en algún pueblo y dedicarse a pescar en su bote, a tomar algún vino con los amigos mientras lee la prensa, podrá pasear tranquilo con su señora, sin prisa, el tiempo dejará de ser su enemigo, disfrutar de sus nietos todo el tiempo que desee, incluso podrá echar largas siestas sin que le despierte el móvil.


Mientras el hombre importante trataba de explicarme lo que conseguiría después de tanto sacrificio, yo me rascaba bajo la boina y lo miraba sonriendo. Mi sonrisa se lo dijo todo,  de repente se paró en seco, su móvil comenzó a sonar y lo miró, me miró a mí, volvió a mirar a su móvil y con una gesto de desahogo lo lanzó al mar, abrió sus brazos y me dijo:
  • Lo lamento, lamento haberle hecho perder el tiempo-.

A lo que yo contesté:
-no se preocupe, amigo, el tiempo no es mi enemigo, nunca tuve reloj.


Esta es la historia de mi amigo Matías, de vez en cuando, en alguna reunión importante me viene a la cabeza y miro a la gente que me rodea, incluyéndome yo, con toda nuestra tecnología, nuestros gráficos, nuestros ratios, nuestros cochazos y solo me viene una idea a la cabeza: Pringaos.

sábado, 18 de octubre de 2008

El ultimo cromo.

La contraventana de madera chirriaba al abrirse mientras se iba llenando la habitación de luz.
Esa claridad de las mañanas frías de noviembre, que traen las primeras heladas del año, se colaba en diagonal sobre la cama, haciendo fruncir el ceño de Vidal, que se escondía bajo las mantas zamoranas.
Momentos antes Vidal había escuchado los pasos de su hermano sobre el suelo de madera del pasillo, le oyó lavarse en el baño y después sintió cómo se abría la puerta de su habitación. Conocía ese ritual dominical, pero trataba de ralentizar el tiempo, apurando cada segundo, calentito y protegido sobre su colchón de lana que conocía perfectamente la forma de su cuerpo infantil.
 -¡¡Arriba, perezoso!!-.   La voz de Gelito  alertaba a Vidal, que se hacía un gurruño sobre la cama sabiendo que, inevitablemente, unas manos frías se colarían bajo su pijama, provocando una pataleta de risas nerviosas y una protesta exagerada que formaba parte de su juego-ritual de los domingos.
Vidal miraba a su hermano con orgullo. Gelito tenía todo lo que un niño de 7 años podía admirar; era alto y fuerte, sabía ordeñar y atender el parto de una vaca, subía a los árboles más altos y descubría algunos de los mayores tesoros para la infancia rural de aquella época, los nidos.
Nunca olvidaría las sensaciones que vivía cuando Gelito bajaba de un árbol con un puñado de crías de jilguero y dejaba que su hermano pequeño acariciase con dos dedos el recién estrenado plumaje de los pajarines, mientras el resto de niños solo podían mirar en silencio.
Estas ideas le pasaban por la cabeza al niño mientras se vestía corriendo. A la vez que pensaba en Gelito  se le formaba en el fondo de la mirada un pequeño poso agridulce, mezcla de ilusión y tristura, que trataba de ocultar evitando la mirada directa de su hermano.
- Gelito, hoy dan en el cine una de Charlot ¿Por qué no vamos a verla?- Dijo Vidal esperando la respuesta de Gelito.
-No Vidal, solo nos queda el cromo de Zarra y tengo un pálpito, creo que hoy nos va a salir-.
-Pero si ese cromo no existe…- Le dijo en voz baja Vidal a la desilusión del cuello de su camisa, mientras se abrochaba los últimos botones y bajaba las escaleras hacia la cocina, hipnotizado por el olor de las sopas de pan con café  que la abuela tenía cociendo en la lumbre desde hacía un rato.
Mientras Vidal desayunaba, el Abuelo Calixto con su voz seria y su “mostacho” imponente apareció por la cocina y le dio a Gelito su paga.
Vidal había posado sobre la mesa todos los cromos repetidos que le habían salido en busca del famoso Zarra. Los miraba con rencor, ya había olvidado la ilusión de los comienzos del álbum, cuando casi todos los cromos tenían un hueco por rellenar entre sus páginas y el balón de reglamento parecía una meta alcanzable.
-Vamos donde “Cobito” Vidal, que hoy es nuestro día- Dijo Gelito mientras le agarraba cariñosamente por la nuca.
Vidal no podía dejar ver a su hermano lo que todo aquello le hacía sentir. Valoraba mucho el empeño y la ilusión que Gelito ponía en aquella colección de cromos con el objetivo de que su hermano pequeño tuviera un balón de reglamento.
Cobito el kiosquero tenía una sonrisa lenta, analítica y fría. Cuando llegaban por allí Vidal y Gelito, sacaba sus dos sobres de cromos y los posaba sobre el mostrador. Gelito lo miraba y le decía:
-¿Me dejas elegir a mí los sobres?-
-Mmmmm…. Venga anda- Respondía Cobito sacando un tarro de cristal lleno de sobres de cromos.
Gelito metía la mano y revolvía hasta elegir uno, mientras miraba a Cobito a la cara como si pudiera ver en su rostro cual era el sobre con el cromo de Zarra.
Después de pagar, los dos hermanos salían del kiosco como si en aquellos  sobres llevaran el destino de sus vidas. Se sentaban sobre la pared de entrada al cine “Don Lope”, que estaba al lado del kisco y el pequeño se tapaba la cara con las manos, como si no quisiera verlo, como cuando te curan una herida y no quieres mirar.
Cada sobre tenía 5 cromos y Vidal veía como su hermano los iba pasando de uno en uno deteniéndose antes de ver el último, esa pausa era la que mataba a Vidal, veía cómo su hermano se preparaba para otro domingo sin premio, pero inevitablemente su rostro aún reflejaba algunos restos de ilusión, que se borraban al dar la vuelta al último cromo. Entonces cogía aire, sacaba una sonrisa, se hacía el duro y le decía a Vidal:
-La semana que viene nos toca … fijo.-.
-Si, seguro- Respondía Vidal con la mirada puesta en el Cartel de “La quimera del oro”, que daban ese fin de semana en el cine y ellos no podrían ver porque el presupuesto solo les daba para los cromos.
Al llegar a casa, Vidal subía disimulando a su cuarto y allí soltaba toda su rabia, los sentimientos contenidos por la desilusión que su hermano sufría cada semana con el único objetivo de sacarle a él una sonrisa. Le daban igual el balón de reglamento y el cromo de Zarra, pero no podía ver la cara que se le ponía cada domingo a Gelito. Dos pequeñas lágrimas bajaban rodeando la nariz para desembocar en sus labios, nunca un caudal tan pequeño arrastró tanta impotencia.
Después de un rato, pensativo sobre su cama, atravesando el techo de su habitación con la mirada en busca de una idea, Vidal bajó corriendo a la cocina.
-¡Gelito!- Gritó, -¿Sabes que haré cuando nos toque el balón de reglamento?-
Y sin esperar a que su hermano contestara, siguió:
-Se lo voy a cambiar a Quinito por uno de sus jilgueros- Soltó de sopetón Vidal con rostro expectante, esperando ver la reacción que buscaba en su hermano.
-¿Un jilguero? ¿Tu quieres un jilguero?- Respondió Gelito pensativo. –Para eso no necesitas a Quinito, los mejores nidos de jilguero los conozco yo-.
Gelito siguió pensativo, algo no le acababa de encajar en todo aquello, pero, de alguna manera sentía un gran alivio interior difícil de entender y al cabo de un rato, terminó por decirle a su hermano:
-La semana que viene ponen una de Humphrey Bogart, “La reina de Africa”, igual vamos a verla…¿Quieres?-.




Pd: A mi tío Gelito y a mi padre (Vidal), por los cachos de mí que fueron un regalo suyo. Y a todos los que nos quedamos sin el balón de los cojones y que los lunes no tenemos de qué hablar con los compañeros de trabajo porque no nos gusta el futbol.

Los ojos de Audrey

Los ojos de Audrey

 eran una mecedora óptica 

en la que se acurrucaban 

los deseos de mi infancia.