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viernes, 20 de febrero de 2009

Puestas de sol (La rúbrica de Ariel)





La vida es una rúbrica. Caminamos, caramboleamos, nos rozamos, creamos, lloramos, crecemos, follamos, compartimos, abrazomos, reímos, saltamos, pisamos charcos, cantamos, algunos/as incluso bailan,  ... y así vamos gastando nuestra tinta vital.

Me gusta mucho observar a la gente que rubrica su arte allí por donde pasa. Admiro a esas personas cuya forma de vida es arte y de forma inconsciente su sola presencia genera arte.

De todo esa gente, se me llevan de calle aquellos que ven salir el Sol por la segunda raya del pentagrama. 



domingo, 15 de febrero de 2009

Pequeño caos armónico.








Es curioso, a veces la armonía depende de que alguien, uno de esos pequeños dioses, motores del mundo, ordene ciertas notas y evite la disonancia.

Algunas de esas notas están camufladas en la partitura y solo ellos las perciben.

Cogen el lápiz de su oreja, las marcan, las recolocan entre las líneas adecuadas y así mantienen el caos armónico necesario para que los carruseles sigan dando vueltas.

martes, 10 de febrero de 2009

Budget dead - Creatividad Viva



De esos proyectos en los que me hubiera gustado participar. Poca pasta, muchas ganas, creatividad y musho arte.

sábado, 7 de febrero de 2009

Nothing Hill y la chica mutante



Cuando llevas un rato en Nothing Hill te adaptas a la sensación de que puedes encontrarte cualquier cosa. 

A pesar de eso,  estando inmersos en el proceso de adaptación de nuestra capacidad de sorpresa, siguen tropezándosenos cosas increíbles, como esta chica que  está mutando en su gorro de lana.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Cariño subterráneo.

Desde pequeñín me he sentido cercano a algunas personas de una manera que ellas nunca lo han llegado a saber. Si pienso en ello, rápidamente me vienen a la cabeza algunos nombres.

Mi maestro Don Ramón al que, en 4º de EGB, escuchaba desde mi pupitre con una admiración que llegó a angustiarme. Solo la idea de poder decepcionarle si hacía algo mal me anudaba las entrañas.
Pepín, el hombre que me enseñó a tocar el requinto de clarinete (pito). Recuerdo cómo me miraba por encima de sus gafas bifocales con un brillo en los ojos que dudo haber sido capaz de corresponder. Ese hombre respiraba música en vez de aire. No sé si fui capaz de coger un poquito de su arte y hacerlo mío, pero cada vez que me emociono escuchando una canción, me siento muy agradecido del tiempo que nos dedicó y la pasión con que lo hizo.
MI primer gran amor y profesora de "parvulitos" Mari Luz. Mi padre me contó hace poco que yo robaba en casa los yogures que hacía mi madre y se los daba, como la mayor muestra de amor de la que es capaz un niño. Recuerdo mi primer día de clase y la fecha en la pizarra con su perfecta caligrafía ...Septiembre de 1979.
Marisa era una chica guapa y dulce, además de buena estudiante. Iba un curso por delante de mí en la EGB y me trataba bien. Aún recuerdo cómo se me vino el mundo encima cuando la ví fumar a escondidas en el patio del colegio. Si me hubiese encontrado a los reyes magos esnifando cocaína con unas putas, no me habría llevado tanta impresión.
Chus el de Logio también forma parte de mis recuerdos de entonces. Tiene la tripa más grande del mundo. Una tripa repleta de historias. Las cuenta como autobiográficas, pero harían falta 10 vidas para poderlas hacer suyas, claro, 10 vidas con tripas normales, no como la de Chus.
De pequeño le escuchaba con una sonrisilla lateral constante, planteándome siempre la veracidad de lo que contaba, aunque me importaba realmente un comino. El otro día me sorprendí con esa misma sonrisa cuando nos contaba un viaje a Rusia. Le miraba, concentrado en su ritmo y sus tics, a los que no tardé en encontrar una explicación: su cerebro estaba siempre inventando por dónde continuaba su ralato 15 o 20 palabras por delante de su boca y claro, su cara se hacía un lío tremendo entre lo que soltaba por el buche y lo que pensaba su cabeza, mientras aportando datos, descripciones y personajes que dieran credibilidad a sus historias.



La vida está llena de gente a la que nos gustaría llegar de otra manera, a veces lo sabemos hacer y otras se nos quedan en los adentros.

Sentimientos de cariño, admiración, simpatía, enamoramiento infantil o respeto, que se me quedan por dentro y no tengo bien calibrado hasta dónde llegan, pero que iluminan mis oscuridades subterráneas pululando como luciérnagas.

Nota: A mi cita de las ocho y cuarto. Todo el cariño que sale afuera antes estuvo dentro.

domingo, 1 de febrero de 2009

Marcas de Vida.



Discover Billie Holiday!




Hoy he madrugado, me gusta disfrutar de esas primeras horas de silencio matinal los fines de semana. Con el cuerpo entumecido por el sueño me acerqué hasta la cocina y mientras el microondas daba vueltas a mi taza de cola-cao me lavé los dientes arrugando la nariz y haciendo muecas frente al espejo.  


Descalzo, cogí la taza caliente y me dirigí al salón, agarré a Mac y me senté a lo indio en el sofá. Instintivamente alargué la mano hacia la mesita que tengo a la derecha, vi ese círculo que deja ahí la condensación de mi taza y pensé en lo que representa para mí. Esa huella representa todas las mañanas que he madrugado, cada una de las veces que he visto caer sobre esa mesita la primera luz de la mañana, plomiza en invierno, viva y cálida en verano, mientras yo escribía, veía fotos, leía, escuchaba música... . A esas horas siempre me acompaña algún difunto (Lester Young, Charli Parker, Billie Holliday, Ella...). 
Esa marca representa todos los ratos de soledad que pasé en ese rincón, de los que salieron palabras, ideas, imágenes, sensaciones, luz...


Me resultan fríos los espacios sin rastros de vida. La pulcritud, el orden excesivo, la simetría perfecta me hacen sentir incómodo, fuera de lugar.


Esas huellas son pequeñas pistas que vamos dejando a lo largo de nuestra vida. Intentar borrarlas o evitarlas sería, de alguna menara, camuflar nuestro paso por el mundo.


También me gustan las huellas que otras personas dejan en mi medio.Me recreo especialmente en esos libros llenos de los restos de quien, antes que yo, pasó por sus letras... sus marcas  (notas, subrayados, páginas marcadas, separadores...). Me ocurría algo parecido cuando recibía una carta de mi novia, primero buscaba los "te quiero" y después leía el resto. Ahora busco primero los rastros. Los olfateo, como los perros que en los dibujos animados siguen las líneas de olores planeando con sus orejas y luego leo el libro con una visión híbrida, aportada por el escritor,  los otros lectores y la mía propia. 



Sé que hay otras huellas que no son tangibles, o al menos no tan directas, las que dejamos sobre las personas. Marcas de cariño, ilusión, decepción, memoria, admiración, provocación, dolor y que podemos intuir en el rostro, en la mirada, en las reacciones de la gente, esas las llevamos por dentro y su lectura es menos evidente, pero están ahí. El lenguaje corporal está lleno de esas huellas de vida. El tono de voz, la forma de mirar o dar la mano, la manera de caminar, el modo de observar al grupo, las pautas de respuesta ante situaciones complicadas. Todo eso ayuda a intuir cómo es la vida de una persona, lo que ha pasado, cómo se enfrenta a ello y casi casi lo que podemos esperar de esa ella.
Las heridas de la infancia son otros de las rastros que me gusta observar. Casi todos tenemos un punto o dos en la barbilla porque rodamos las escaleras de pequeños, por no hablar de los sietes de las rodillas o los codos, eso también nos ayuda a hacer lecturas. Yo creo que a una infancia sin "heridas de guerra" le falta algo importante.
Hoy solo quería hablar del rastro físico que dejamos por los espacios que ocupamos, incluido nuestro propio cuerpo y la información que a través de esos restos de vida recibimos. 

En esta mañana plomiza y húmeda, mientras Billie Holliday me susurraba "Autumn in New York",  rebusco entre mis archivos de fotos y  al observar esta imagen de mi armónica y ver sobre ella mis huellas dactilares pienso que estas le dan vida a la foto y a mis recuerdos, la hacen real, útil, cercana. Le dan la vida de las cosas que se usan frente a la frialdad pulcra de los escaparates en los que hay cosas que nunca nadie utilizó.