Ver a un niño feliz me relaja.
Esa mirada que lanza el brillo hacia afuera y que aspira la emoción en un grito contenido que se nos enraiza pecho abajo.
Ese momento en que el niño pierde el contacto con el suelo y todos los sentidos están al servicio de su alegría. Ni tiempo, ni hambre, ni frío, ni deberes...
Cuando recuerdas la primera vez que le viste envuelto en mantitas y berrando a pleno pulmón.
Cuando sonríes al recordar cómo tropezaba su lengua de trapo con las palabras pero su rostro expresaba solemnidad.
Cuando sabes lo que es empujar esa felicidad y lo que se siente al tener el poder de provocarla.
Cuando la persona que la provoca lleva más tiempo en tu vida que fuera de ella y recuerdas cuando aún le tiraba los tejos a su chica (la madre de la criatura).
Cuando ocurre todo eso y tienes la oportunidad de robarle ese momento al tiempo en forma de luz, sientes dos cosas:
1º Alegría por haber conservado este patrimonio de vida tantos años y haber estado en los momentos más importantes y también en parte de los más divertidos.
2º Te quedas pensativo rascándote la nuca y te preguntas ¿Me estaré haciendo viejo?
Coño, tengo 35 años pero conozco a la persona que empuja ese columpio desde hace más de 20.
2 comentarios:
llega la luz de tus palabras,
llega la alegría de estos momentos "cazados"
gracias por compartirlo...! :-)
besos irisados
hermosazo!
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