Ya, cuando era pequeñín, andaba un poco más despacio y un poco más callado que el resto.
Quienes vivieron su infancia lo saben y le quieren así.
Y es que ya, por aquel entonces, escaneaba de sentidos su entorno. Buscaba rendijas por las que colarse en espacios ocultos de la gente, que solo él veía.
Se descalzaba y acercaba con cuidado sus pies a las fisuras escondidas. Aprendió que, tras las puertas que la genta tranca con 7 candados para salir al mundo, quedaba olvidada la luz más intensa.
Con sus llaves de voz, palabras, miradas, silencios o piel, abría esas puertas y se colaba en espacios que solo se palpan con el reverso de la piel.
Y allí vive, exiliado en el espacio más luminoso de su mente, el que construyó con todas las sonrisas, emociones e ideas que encontró en cada puerta que abrió.
Con su atillo lleno de vida al hombro, vagabundea descalzo caminos que no vienen en ningún mapa.
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viernes, 2 de julio de 2010
Exilio de luz
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