Yo me acerqué a ella y por un momento, mirando su cara, dudé si estábamos fuera o dentro del manicomio.
Entre aquel jardín silvestre y su mirada, la verja iba desapareciendo, y a ratos se resumía en unos pocos destellos que invitaban a atravesarla.
Me gusta el silencio, los sonidos del agua. Me gusta mirar a la gente a la cara.
Me gustan los animales. Me gustan las gentes sencillas, directas, cálidas, inteligentes. Me gusta el olor a madera y a hierba recién segada.
Me gustan las chimeneas, observar el frío desde el calor. Me gusta el chocolate.
Me gustan las caras mojadas por la lluvia.
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