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jueves, 30 de octubre de 2008

PRINGAOS (Fábula del pescador y el hombre importante)



Esta historia no es mía, me la contó un amigo hace tiempo y yo la escribiré en este espacio como la recuerdo. En este caso la verdad no será un lastre, lo que no recuerde me lo inventaré tratando de respetar el fondo de la fábula:
Imaginad un pueblo pesquero.


Huele a salitre y a pescado, a mar. Un olor fuerte pero no desagradable. Las gaviotas omnipresentes cantan canciones populares con las mujeres que cosen redes y miran al horizonte. Ese horizonte tras el que vive su familia, justo detrás de esa raya que separa agua y cielo por la que desaparecen hijos, maridos y hermanos.
Las canciones más alegres siempre suenan cuando el horizonte trae a la familia, canciones que sueltan el suspiro contenido que se les agarró a las entrañas cuando el barco partió. El ritmo lo marcan los amarres que sujetan los barcos al muelle y son mecidos por las olas, casi parecen ligeras esas moles de madera, metal y cuerdas.


El puerto en el que ocurrió esta historia tiene una taberna, pero no una taberna cualquiera, sino "LA TABERNA". Cuando un sitio tiene solera de verdad, nadie sabe como se llama, es La Taberna y da igual que en el cartel de madera de la entrada ponga "La marejada".
Cuando un turista, aconsejado por alguna guía de viajes, pregunta por "La marejada" a un lugareño, este se rasca la nuca moviendo su boina hacia adelante, encoge los hombres y responde –"usté" se equivocó de pueble amigo-.
En LA TABERNA hay fotos de barcos y de marineros, fotos de peces grandes, pequeños y peces raros, desde una sardina con dos cabezas, hasta un atún con bombín y gafas de sol.
Un viejo piano reposa cansado y solo bajo los ventanales que dan al muelle, casi todas las noches Don Camilo, un cura rojillo y vivaracho al que le gusta más el aguardiente que el vino de consagrar, se sienta un rato al piano antes de cenar y canta provocando a todos los marineros que terminan siguiéndole y entonando todos juntos "La salve marinera".
En la puerta de LA TABERNA hay una campana que solo puede tocar el patrón de cada barco cuando llega a puerto, todos saben cuantas veces debe sonar y llevan la cuenta de cabeza,  como cuando esperamos algo y suena un viejo reloj de pared recordándonos que no se paró el tiempo.
Si alguna vez vais por allí pedid un blando de rueda y un caldo...  de las tapas no os hablo porque aún no he cenado.
Las gentes del puerto tienen la piel y la mirada curtidas, por el frío y el horizonte, que de tanto mirarlo se les achinaron los ojos, como cuando tratas de agudizar la mirada o te deslumbra el sol. Miran a la cara con la seguridad que da el estar en tu terreno, pero son hospitalarios y si la pesca se dio bien nunca te dejan pagar una ronda.
En estos sitios se dan amistades muy curiosas, como la del cura del que os hablaba con Matías, que es el protagonista de mi breve fábula y ateo practicante. Cuando beben más de la cuenta acaban manteniendo discusiones teológicas hasta las tantas de la mañana, discuten mucho pero en el fondo se quieren.
Buf… ya, sin darme cuenta, se me coló Matías en la historia. Bien, os tengo que decir que él es quien vivió esta fábula y que él fue quien me la contó... 
Matías es un tipo sencillo, una de estas personas que sabe lo que quiere y como conseguirlo, tiene una estampa típica, boina, pantalón de tergal, camisa gorda de cuadros remangada. Habitualmente fuma tabaco de liar y lleva el cigarro medio apagado entre los labios.
Es un tipo intuitivo y listo, no tiene el vocabulario más extenso del mundo, pero nunca se le queda una idea sin expresar, es claro y transparente, es buena gente.


Yo lo conozco porque voy a patinar a menudo al paseo del puerto, a veces tomo algo en LA TABERNA y me siento, con el permiso del cura, a tocar el piano, aunque a ellos no les hace mucha gracia mi repertorio, a menudo me dicen - ¡Niño!! ¿Es que no sabes nada que se pueda cantar?-
Al poco de conocernos fue cuando me contó su fábula, me vió con el portátil y el móvil hablando de trabajo, eran las nueve de la noche, chasqueó los dientes, hizo una mueca muy típica de él en la que arquea una ceja, se sentó a mi lado y dijo:


-Mira, niño, el verano pasado, a finales de Septiembre yo volvía de pescar con mi bote, no se me había dado mal la mañana, tenía 6 piezas en mi cesta y me disponía a descargarlas cuando un tipo se me acercó. El hombre tendría 50 años, era educado:
- buenas tardes, buen hombre, ¿Se le dio bien la pesca?-.
-No me puedo quejar-
Pero le vi con ganas de seguir preguntando y mi mirada se lo puso fácil, pensé que me iba a divertir un rato.
-¿Le puedo preguntar que hará con su pesca?.
-Pues mire señor, no tengo grandes ambiciones, de las 6 piezas, 3 las venderé en la lonja, una se la cambiaré a mi amigo Manuel por una lechuga y 4 tomates y las otras dos las cenaré esta noche con mi familia.


El señor se quedó pensativo, era de estos tipos que lo miran todo analizando su productividad, y mi rendimiento del día no le acababa de encajar. Continuó preguntando:
-¿Y se conforma con eso? ¿Así vive bien?
- Mire, me gusta mi vida, Madrugo, salgo a pescar con mi bote, a veces solo y otras con algún amigo, regreso a media mañana al puerto y me tomo un vino mientras leo la prensa y charlo un rato con algunos con la gente del puerto. Después vuelvo a casa yentre mi señora y yo atendemos nuestra huerta y así hacemos hambre para la hora de comer. Muchos días mis nietos vienen a comer a casa, no necesitan avisar, aquí siempre hay comida de sobra, y el tiempo no es un problema.
Después de comer echamos la siesta todos, hasta que Anouk, mi nieta pequeña, se despierta cantando "Asturias patria querida" con su lengua de trapo. Por las tardes siempre damos un paseo hasta la cabaña de mi amigo Luis, le ayudo un rato a arreglar el ganado y siempre me da leche, queso, algo de matanza, unos huevos.
A mis nietos les gusta mucho corretear entre los animales, aunque la abuela se pone algo nerviosa.
El hombre importante se quedó pensativo, mi estilo de vida no acababa de convencerle y yo le pregunté:
-¿Algún problema?-


Aquel hombre, dentro de su amabilidad y con la intención de abrirme los ojos comenzó a objetar sobre mi vida y a hacerme los siguientes planteamientos:


-Mire, buen hombre- Me dijo.
-Creo que debiera de ser más ambicioso.Tendría que madrugar más y regresar más tarde al puerto, nada de vinos con los amigos, esforzarse para vender su pescado en el mejor momento y al mejor precio.


-¿Y eso para qué?- pregunté yo.
-Si hace eso, puede ganar más dinero y con el dinero puede pagar a sus amigos para que vayan con usted en el barco y así podría pescar más aún.


-¿Y eso para qué?. - pregunté yo de nuevo.


- Con el tiempo, si se esfuerza y ahorra, podrá comprar un barco más grande y contratar a más gente. Podría aumentar sus capturas y crear su propia empresa, hacerse un nombre en el mercado.
- Ya, y ¿qué hago yo con todo eso? continué preguntando.


- Pues mire, replicó un poco contradicho el señor importante, si invierte bien su dinero, después de muchos años de duro trabajo podría tener una factoría propia con una cartera de clientes importantes y si consigue el volumen de negocio suficiente quizá pueda, al final de su vida, vender su empresa y cobrar por ella mucho dinero.


- ¿Y? Pregunté de nuevo haciéndome el tonto.


- Pues cuando tenga todo ese dinero, podrá comprarse una casita en algún pueblo y dedicarse a pescar en su bote, a tomar algún vino con los amigos mientras lee la prensa, podrá pasear tranquilo con su señora, sin prisa, el tiempo dejará de ser su enemigo, disfrutar de sus nietos todo el tiempo que desee, incluso podrá echar largas siestas sin que le despierte el móvil.


Mientras el hombre importante trataba de explicarme lo que conseguiría después de tanto sacrificio, yo me rascaba bajo la boina y lo miraba sonriendo. Mi sonrisa se lo dijo todo,  de repente se paró en seco, su móvil comenzó a sonar y lo miró, me miró a mí, volvió a mirar a su móvil y con una gesto de desahogo lo lanzó al mar, abrió sus brazos y me dijo:
  • Lo lamento, lamento haberle hecho perder el tiempo-.

A lo que yo contesté:
-no se preocupe, amigo, el tiempo no es mi enemigo, nunca tuve reloj.


Esta es la historia de mi amigo Matías, de vez en cuando, en alguna reunión importante me viene a la cabeza y miro a la gente que me rodea, incluyéndome yo, con toda nuestra tecnología, nuestros gráficos, nuestros ratios, nuestros cochazos y solo me viene una idea a la cabeza: Pringaos.

1 comentario:

Unknown dijo...

Buen relato, es tan importante saber contarlo como saber narrarlo, no dudo que Matías y tú juntos sois capaces de uno poner la letra y el otro la música ...

Cuántas emociones he sentido leyendo esta entrada, porque mi infancia transcurrió siempre muy cerca del mar, primero en Buchannan (Liberia) donde las pequeñas embarcaciones llegaban a la puerta de casa con lo que la mar les daba al día justo para sobrevivir; después en mi Barrio, el de mi abuelo que recordaba las redes tan tirantes como el peso de los años en los brazos, el de mi abuela, su Paloma (ella era Carmina, pero para él fue siempre Su Paloma), que nos llevaba hasta el espigón cuando los barcos faenaban y que apretaba fuerte nuestras manitas cuando las gaviotas ruidosas revoloteaban como queriendo celebrar el regreso, al menos ... así lo viví desde pequeñita.

Y LA TABERNA, el rincón de gente embrutecida por el alcohol pero con corazones extraordinarios, enamorados de las estrellas y los cantos de sirenas. Tantas y tantas tabernas ... incluso algunas que nunca he llegado a conocer son las que tuvieron mayor calado en mi vida, como la taberna del QUITAPENAS, que un amigo costarricense me compartió durante un año crucial en mi vida ... juro Porfirio, que algún día iré a buscarte allí y tomaremos ese trago y te contaré como transcurre ese eterno ir y venir de las olas.

Me gustó la fábula ... algún día tampoco necesitaré reloj y me fundiré con el tiempo!