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sábado, 14 de junio de 2008

sugus azul / sugus rojo




Cuando era pequeño me pasó una cosa extraña que marcó el resto de mi vida. No, no me caí en una marmita de poción mágica como Obelix, pero fue algo parecido.

Recuerdo que en aquella época el panadero repartía el pan por las casas en un carro tirado por una yegua culona y seria. El panadero se llamaba Poldo, la yegua no lo recuerdo, pero la bautizaré Tríniti para esta historia. 
Hablamos de junio del 78,  yo tenía 4 años y aquel carro me llamaba poderosamente la atención, era como los de las pelis del oeste, solo que la tela que lo cubría sobre los arcos era verde en lugar de blanca.

Poldo era un señor mayor que, con su boina, sus arrugas, su mirada achinada, su tabaco de liar, y su compañera Tríniti, recorría las barriadas del pueblo repartiendo el pan que había amasado con sus propias manos y cocido durante la noche. 

Los dos juntos observaban, en su lentitud, los detalles de la vida y se comentaban los pequeños cambios, los micro-cambios diría yo, que eran capaces de captar al pasar todos los días por el mismo recorrido al ritmo de una yegua culona. 

Cuando llegaban a un grupo de casas, poldo sacaba su corneta y la hacía sonar de manera que las mujeres y los jubilados se asomaban a los balcones y bajaban con el dinero cambiado, hacían un corrillo alrededor de Poldo y Tríniti y en 10 minutos compraban el pan, arreglaban el país en acaloradas tertulias y volvían a sus casas. 

¿Por qué os cuento todo esto?? Porque fue en uno de esos momentos en los que me ocurrió el hecho que ahora os cuento y que cambió mi vida... y ahora pienso desde mi egocéntrica perspectiva infantil, que las vidas de Poldo y Tríniti tuvieron lugar solo para provocar ese momento en el que mi madre me dejó solo en casa para bajar a comprar el pan.

Yo debía estar enfermo, supongo que mi afición por pisar los charcos aportó algo al respecto. Mi madre no daba crédito cada vez que llegaba a casa empapado. Aún no se lo he explicado, pero es que me había comprado unas botas katiuskas con el logo de superman y... tengo que confesaos que con aquellas botas me creía inmortal (todavía no he superado ese concepto infantil de inmortalidad). Cuando sonó la corneta de Poldo, mi madre me dejó sentado en el sofá hojeando un Atlas del mundo y bajó a por el pan.

Riiing...riiiiing.... Cuando mi madre salió de casa sonó el teléfono. A mí en aquella época, ese cacharro me intimidaba un poco, la verdad, no me gustaba mucho hablar y menos sin ver la cara de quien me escuchaba... 

A pesar de todo contesté:

-¿Quien es?- (Más tarde mis padres me corregirían la "mala costumbre" de contestar así al teléfono -Se dice "Dígame"- . Ahora solo digo mi nombre, ni una cosa ni la otra).

-Eso da igual- Respondió una voz que entraba grave y seria en mis orejas desde al auricular. 
-Lo importante es quien eres tu... Santiago-

...Yo, calladuco y  formal, permanecía en silencio escuchando, con cara de circunstancias esa voz grave a importante:

- Santiago, sabemos que no te ha costado adaptarte al medio en el que crees vivir, incluso destacar en lo que te interesa, pero sientes algo que no puedes explicar, lo has sentido toda tu vida, este mundo tiene algo raro, no sabes qué, pero está ahí como una astilla en tu mente. Esa sensación es la que me ha traído hasta ti.

Esa voz no debía estar acostumbrada a hablar con niños, puesto que ese vocabulario y su tono constante y grave, perdió mi atención a los pocos segundos... pero algo la recuperó al rato de forma poderosa:

- Santiago, en algún lugar de tu casa hay dos sugus, uno rojo y otro azul... 

Plink!!! Por fin la voz me decía algo interesante de algo interesante. Y continuaba...

- Los sugus están en un rincón especial, dentro de algo que está fuera de lugar, algo que tu sabrás encontrar.

Buuuuf, este tío no sabe lo que está diciendo, pensé para mí... ¿En mi casa... algo fuera de lugar? Coño!! Hubiera sido más fácil decirme que buscara algo que estuviera en su sitio!!! En mi casa todo estaba fuera de lugar... 

"Sugus azul" y "fuera de lugar" fueron las únicas palabras que se me gravaron, posé el auricular del teléfono y me puse a pensar a la vez que miraba a mi alrededor... tratando de entender dónde podría estar escondido el sugus azul y dejando a la voz grave e importante hablando sola. 

Me dediqué a inventariar cosas que estaban fuera de lugar. Como había muchas, pensé que mi objetivo real era encontrar la que realmente estuviera más fuera de lugar:

· Los gusanos de seda de mi hermano encima del frigorífico.
· La caja de mi armónica en el botiquín.
· El transportín de Gorvy (así se llamaba nuestro perro) bajo la cama de mis padres.

... Seguía anotando muchas cosas, entre ellas:

· Un cuchillo y un tenedor sobre la radio, haciendo de antena.
· Un crucifijo con peana colgado en la pared ("Diosss"..pero si mis padres son ateos!!!).
· Un estuche blanco de primera comunión, que le cambié a una niña por una medalla de bronce, escondido en el cajón de las bragas de mi madre, no quería que me lo descubrieran porque me obligarían a devolverlo y fue un intercambio honesto, la convencí de que la medalla tenía poderes y ahora va por ahí con la medalla puesta hablando a las lagartijas y besando caracoles...

... La verdad es que mi casa daba para mucho, pero yo me iba acercando a cada una de estas anotaciones sin encontrar ni rastro de mi sugus azul (el rojo lo había descartado directamente).

De vez en cuando me acercaba al teléfono y allí seguía aquella voz hablando de oráculos, de mundos inventados, de generadores de energía, de inteligencia artificial...

...Fue justo en ese momento cuando mis ojos se toparon con "La lata de tomate" (fijaos bien que digo LA lata y no UNA lata). Llegados a este punto debo explicar algo:

Mi madre es una mujer intuitiva y práctica, en la familia la llaman Mc Gyver
Es capaz de arreglar el vídeo o hacernos una espada de madera a mi hermano y a mí, pero en su peculiar sentido de la estética, también es capad de clavar un calendario a la pared con una punta. 
Pues bien; en una ocasión rescató un viejo reloj de pared de casa de mis abuelos. 
El reloj estaba desahuciado, en una habitación que nadie utilizaba y ella lo salvó.  
A mi padre le hizo mucha ilusión, porque su abuelo (mi bisabuelo Calisto) decía siempre que el tic tac de aquel reloj le hacía mucha compañía (hablamos de una época en la que aún no había radio en las casas). 

En fin, el reloj acabó desmontado en la mesa camilla del salón de mi casa y allí estuvo varias semanas, junto a la caja de herramientas, una lata de "3 en 1" y las gafas de cerca de mi madre. De vez en cuando se sentaba allí y jugaba con las piezas del reloj que para el resto de la familia Gorvy, mi padre, mi hermano y yo era un puzzle incomprensible y no entendíamos  cómo, mi madre, veía allí algo salvable, con sentido... 

Un día nos encontramos con el reloj montado y colgado en la pared, pero Mc Gyver se había encontrado con un ligero problema de compensación que solucionó a su manera... y en el resultado final quedó una lata de tomate colgando del reloj... ninguno preguntamos nada, en mi casa esas cosas son normales... (Hoy, 30 años después, esa lata sigue ahí... y el reloj funciona).

Al toparme con la lata de tomate todo tomó sentido, y ya no dudé, me acerqué con seguridad y al tirar de ella... cayeron al suelo los dos sugus. El Rojo se lo dí a Gorvy y el azul me lo comí yo...ñam ñam ... me dirigí de nuevo al teléfono  salivando y con el sugus azul pegado a los dientes. Aún me dió tiempo a escuchar la voz grave diciendo:

- Santiago, si quieres que tu vida continúe como hasta ahora, en este mundo artificial, come el sugus rojo y olvidarás esta conversación para siempre. En cambio si estás dispuesto a conocer la verdad y enfrentarte a ella cómete el sugus azul. 
Recuerda solo te estoy ofreciendo la verdad, nada más. No es una decisión que debas tomar a la ligera...

A buenas horas mangas verdes, pensé yo colgando el teléfono. Sin despedirme bajé corriendo a la calle a ver si Poldo me dejaba tocar la corneta... 

Nota: Si me conoces, después de leer esta historia quizás entiendas muchas cosas... Si no me conoces, sigue comiendo sugus rojos.


Cuento para quien lo pintó (ver mi cabecera)

Paseo desnudo, sintiendo el frío del asfalto que recorre mi cuerpo sin piedad.

Millones de luces no pueden con mi oscuridad (luces particulares con calor orientado).

Me fijo en la ventana del primer piso de un bloque de 2000 y veo como una madre da de cenar a su bebé, mecido en el paraíso de la ignorancia, del comer y dormir, agarrado al seno de su madre.
Tan solo un piso más arriba un matrimonio discute, ella llora y él golpea la mesa, quizás los problemas con más grandes que el cariño.

Me siento en un banco y observo a la gente pasar, una señora con abrigo de piel me da una moneda de 25 pesetas, quizás pretende así liberar su conciencia ante un Dios en quien dice creer (al que teme más que adora), que sin duda, de existir, nunca habría permitido la existencia de personajes como ella.
Un semáforo se pone en verde y la gente de las luces hace sonar sus bocinas.
Prisa!!! Tienen prisa por llegar al mismo sitio que ayer, quizás para reñir con su mujer o para bañar a sus bebés.


Un niño sucio, picarón, con los ojos grandes y llorosos me pide algo mientras se limpia los mocos con la manga de su abrigo, que le viene varias tallas grande.
Solo tengo la moneda de 25 pesetas, es lo único que le puedo dar, él me sonríe y se sienta a mi lado. 
Me cuenta que está ahorrando para comprarse la luna, de mayor quiere ser maquinista para ir hasta ella en su tren.
Yo solo le escucho y me dejo invadir por su sueño.

El manto de esta noche extraña nos arropa. Acurrucados el uno sobre el otro cerramos los ojos y convirtiendo nuestro banco en un tren, viajamos hacia la luna. 
En el viaje paramos solo en dos estrellas para tomar un Cola-Cao y comprar una pelota y una flauta.
Al llegar a la luna el niño ya no puede aguantarse y salta del tren en marcha, cayendo suave sobre el suelo blando de una luna de queso y miel una sola luz que la iluminaba por completo esparciendo calor por toda su redondez.

El niño nunca me dijo su nombre, sabía que un solo cachito de realidad nos
separaría.
Yo tocando la flauta y el jugando con su pelota vivimos compartiendo su sueño, en la ignorancia supina del avestruz que entierra su cabeza.

miércoles, 4 de junio de 2008

Me gustan las luciérnagas



Me gusta que brillen con luz propia, son como una pincelada de luz verde en medio de un cuadro oscuro. 

Son silenciosas, solo sabes que están ahí si te fijas mucho, o si ellas quieren que lo sepas.

Siempre me encuentro con alguna en noches serenas y cálidas. Esas noches en las que da gusto salir a la calle, coger aire hasta llenar los pulmones, dejarse acariciar por una brisa suave de viento sur, escuchar los rumores del río, de las hojas que charlotéan con el viento,  de los grillos... 

...En uno de esos momentos en los que nos esforzamos en desarrollar y absorber sensaciones desde los 5 sentidos para  saber que formamos parte del mundo y de alguna manera, hacer del mundo algo nuestro... justo en ese momento me las encuentro... lo que no sé es si ellas aparecen en ese momento o si ese momento aparece con ellas... ... ...