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martes, 8 de febrero de 2011

El caseto del sordo.


No era fácil ser una niña en aquel barrio.

No era nada fácil llevar vestidos blancos para trepar a los árboles, ni eran los zapatitos de charol los más adecuados para subirme a hacer guerras al aserradero de Vador.

No fue fácil convencer a mi padre de que me dejara participar en la carrera de burros, ni la diadema rosa era el atuendo más adecuado para intimidar a la tropa.

Pero si que había algo fácil y hermoso en aquel lugar... Era fácil y hermoso ser la nieta de mi abuelo. Era un privilegio que me llenaba de ilusión, ser la culpable de que su mecedora se quedara sola frente a mi carrito de bebés.

Y es que cada domingo a las 11h teníamos una cita.

Cuando me oía corretear escaleras arriba, se ponía en pié de un saltito y la mecedora se columpiaba sola un rato.

Lo primero que yo hacía al llegar al piso de arriba, era asomarme al pasillo para ver la mecedora, si estaba vacía, sonreía de oreja a oreja, eso significaba que mi abuelo ya estaba en el baño ajustandose la boina.

- ¿Dónde vamos hoy, abuelo?

Era una interrogación retórica, de sobra sabía yo a dónde íbamos.

- Mmmmmmm... Al caseto del Sordo!!!

Mi abuelo lo decía cada vez como si fuera la primera.

El Sordo era el zapatero del pueblo. Su caseto era un centro de reuniones, donde las boinas más talentosas del pueblo se sentaban a dirigir el mundo.

Yo jugueteaba por allí, me camelaba al Sordo, que no era solo un apodo, estaba sordo como una tapia, para que me hiciera algún tirachinas.

Miraba por la ventana desde el interior de aquel centro de operaciones como si el mundo girase con nuestro permiso y, de vez en cuando, mi abuelo me buscaba con la mirada y sonría orgulloso al verme manchada de rodillas en el suelo, mordiendome la lengua, concentrada, mientras trataba de hacerle agujeros a un cinturón de cuero que él había traido.

Qué fácil fue ser tu nieta, abuelo y cómo me gusta reconocerte en mi sonrisa.

2 comentarios:

Mayte dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Me[Helden] dijo...

joder, echo de menos a mi abuelo.
genial, no hay más palabras