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jueves, 30 de octubre de 2008

Daño Colateral



 -Les habla el capitán Shuterland, responsable de la tripulación de este Boeing 747. Volamos a 35000 pies de altura y la temperatura exterior es de  -50 ºC. Estimamos llegar a nuestro destino en 90 minutos, allí nos encontraremos con un día soleado y una temperatura de 38 ºC.

Les deseo un feliz viaje y no olviden que nuestra tripulación está a su disposición para atender cualquier duda o necesidad.-

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“El jefe”, así prefiere que le llame la gente que compone su equipo de confianza. Ese trato facilita un ambiente de camaradería, pero sin que nadie olvide quien tiene la última palabra. Su familia gastó mucho dinero en una formación que él sintetiza en conclusiones simples de ese tipo, que con el tiempo ha automatizado de forma inconsciente.

Está sentado en la parte trasera del avión, solo. Le gusta ver sin ser visto y esa posición se lo permite.

Se recrea dibujando círculos con un vaso de Whisky en la mesita de roble  que tiene a su derecha. Provoca que los hielos golpeen suavemente el vaso y ese sonido le hace presente en el resto del avión, impregnando de cierta tensión el ambiente. Su gente está siempre alerta, deben predecir sus intenciones aún estando de espaldas a él.

Su azafata personal se le acerca con una sonrisa de protocolo:

Buenas tardes Sr. Presidente ¿Puedo ofrecerle algo?-

-       Si por favor, tráigame uno de mis puros y avise a mi equipo, nos reuniremos en 20 minutos.-

La azafata se aleja hacia la cabina y “el jefe” posa sobre su culo una mirada en la que se lee como un libro abierto:

-Joder, qué buena está esta tía, siempre me mira sonriendo, lo mismo me la quiere chupar la hija de puta… … vaya culito-.

 

Desde que tiene mujeres en su equipo de asesores, ha aprendido a no exteriorizar esos pensamientos, en el fondo echa de menos los viejos tiempos en que esas fanfarronerías iban seguidas de risotadas y codazos.

 

La chica le trae un puro al “jefe” y este, mientras lo calienta con su mechero, sin mirarla a la cara, pregunta:

-       Disculpe señorita, ¿Cómo se llama?-

-       Mi nombre es Norah, señor-

- Ok Norma- responde el presidente observándola de arriba abajo con descaro, a la vez que hace una “O” con el humo del puro.

De nuevo su mirada le traiciona y este narrador oculto, que toma notas desde uno de los reposa maletas, lee claramente estos pensamientos:

-Coño, es verdad, si lo lleva escrito en la chaqueta. Joooder... con esas tetas habría que ser maricón para ver la chapita de los cojones-

 

Le gusta esa sensación de poder que da el hecho de ilusionar a alguien solo con llamarle por su nombre. Él da por supuesto que todo el mundo le conoce y la falta de interés, hace que, habitualmente, confunda los nombres de los demás. La gente se rumia el error del “jefe” y acaba acostumbrándose a responder por un nombre que no es el suyo.

En un intento fallido de hacerle una gracia a la chica, le dice:

-¡Mire Norma!! Si es marca de la casa-  Señalando la vitola del puro, que lleva una inscripción personalizada.

Norah, saca de nuevo su sonrisa profesional, que el presidente ya no sabe distinguir de las reales y le deja fantaseando con su verborrea de seductor poderoso.

 

 

-¡Atención! Les habla el capitán, estamos experimentando problemas para controlar el avión. En breve sufriremos fuertes turbulencias. Vamos a llevar a cabo el protocolo de máxima seguridad. Repito, PROTOCOLO DE MÁXIMA SEGURIDAD.-

El presidente mira atónito al resto de su equipo, que ejecuta de forma rigurosa los movimientos para los que han sido entrenados.

¡¡¡Foooommmm…!!!! El avión desciendo de repente y el whisky bautiza y despeja el pánico que tiene paralizado al presidente. La aeronave hace un ruido ensordecedor. Dos hombres corpulentos se acercan a él, lo levantan en volandas y lo llevan a la cápsula de seguridad, diseñada para expulsar a una persona del avión en pleno vuelo si fuera necesario.

 

Al cerrarse al vacío,  el silencio interior de la cápsula acentúa su respiración, mira alrededor y se da cuenta de que aún tiene el puro en la mano, lo apaga corriendo para no malgastar el oxigeno y lo guarda en el bolsillo de su chaqueta.

-joder, joder, joder, joder… mierda-

Los oídos se le taponan, el sonido de la respiración se amplifica, y cada una de sus palabras hace eco en el interior de su cabeza.

De repente se apagan todas las luces salvo una tenue de color rojo. La cápsula pendula y el presidente se golpea con las paredes, haciéndose una herida en la ceja, poco profunda pero aparatosa.

Después de un rato de pánico y descontrol, un golpe seco tumba al “jefe” en el suelo. Automáticamente la puerta se abre.

Una bocanada de luz y calor golpea el interior de la cápsula y el cuerpo del presidente, que tiene perdida la noción del tiempo y el espacio. No sabe donde está, la claridad del exterior le ciega por unos momentos y sale a la calle con la mano en la frente para protegerse de la luz.

Oye rumores infantiles en un idioma que le resulta familiar, pero que es incapaz de entender y a medida que va adaptando sus pupilas a la claridad, se da cuenta de que está rodeado de 25 o 30 niños que lo miran con más curiosidad que miedo.

 

La estampa es realmente desconcertante. Acaban de ver caer del cielo una especie de iglú de metal sujeto a un paracaídas del que ha salido un tipo de traje gris, con el rostro ensangrentado, aturdido y desorientado.

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-Parece borracho-

Dahr, el más valiente de los niños, se acerca a él y le toca con un palo. Cuando el presidente se queja, todos se alejan un poco y murmuran sin perderle de vista.

Su primera impresión es que se trata de un ser indefenso, puesto que en ningún momento hace ademán de atacar o gesto amenazante.

Hakim, el hermano pequeño de Jaharitz, se suelta de los brazos de su hermana y se cuela en iglú metálico del que salió el señor de traje gris. Jaharitz lo llama a voces que este ignora.

 

-Hakim, ¿Dónde vas? ¡¡Ven aquí ahora mismo!!.-

Es curioso el sentido de la responsabilidad que desarrollan los niños que se crían en situaciones adversas. A veces se les pone mirada de adulto, aunque tengan una muñeca descabezada y sucia entre las manos.

El pequeño entra en la cápsula y a los pocos segundos sale de ella corriendo, con una bolsa de comida. El presidente lo ve e intenta agarrarlo, pero Dahr levanta su palo y este se para al instante, como un perrín atemorizado y dócil, sin atreverse a mirarlo directamente a los ojos.

Alza la vista sobre las cabezas de los niños y ve detrás ellos un campamento inmenso. Se lleva las manos a la cabeza al ser consciente  de su situación. Ha caído al lado de un campo de refugiados iraquí.

-La madre que me parió. ¿Dónde coño estoy?. Espero que esta puta “batidora” envíe señales con mi localización y no tarden en venir a buscarme-.

La mirada del presidente es una mezcla de pánico e incertidumbre. Nunca se había enfrentado solo a una situación de este tipo, en la que él es el único responsable del resultado, no tiene a quien mirar para que responda por él o que le sirva en bandeja tres respuestas entre las que elegir.

Está  bloqueado y solo se le ocurre entrar de nuevo en la batidora, cerrar la puerta y acurrucarse en el suelo con la mirada perdida.

Dentro de la cápsula hay agua y alimentos para sobrevivir tres días.

 

 

Todos los niños centran su mirada en la bolsa de comida que Hakim abrazada a su pecho como si fuera un peluche. El niño se refugia en los brazos de su hermana y mira al resto con el valor y la firmeza que da el hambre. Ni por lo más remoto se le ocurriría abrir la bolsa delante del resto.

Durante un momento todos se olvidan de la batidora gigante que cayó del cielo y del tipo que está dentro, hasta que Amhak, el más vivo de todos, un niño pecoso de ojos grandes, que lleva las gafas con un cristal roto, coge una piedra del suelo, se queda mirando la cápsula pensativo y todos los demás leen en su mirada: De donde salió esa bolsa, habrá más.

 

Cada niño busca a su alrededor una piedra. El presidente, sentado en el suelo, trata de pensar, pero está bloqueado. Tiene las piernas encogidas entre el pecho y  sus brazos, con la mirada fija en la luz roja que palpita al mismo ritmo que sus vaivenes pendulares.

 

¡¡Brrrrrrrroooommm..!!!!!! Un redoble de treinta piedras golpeando el exterior de su iglú de metal y le provocan un grito de pánico amplificado por la sonoridad del interior de la cápsula. Por un instante se avergüenza de sí mismo y mira absurdamente a su alrededor, como para asegurarse de que nadie le ha oído.

¡¡Brrrrrroooommmm…!!!!! El redoble de piedras continúa como una tormenta psicológica que va haciendo mella en el presidente.

¡¡Brrrrrroooommmm…!!!!! Ya no da grititos, pero su ritmo de penduleo, ahora, duplica al de la luz roja, las gotas de sudor se mezclan con la sangre en su frente y caen sobre la camisa.

¡¡Brrrrrroooommmm…!!!!! La tensión aumenta a cada redoble, hasta que la sensación de ahogo, miedo, taquicardias y angustia superan la capacidad de razonar del presidente y contra toda lógica,  abre la puerta de su iglú y sale gritando.

La mano de una anciana tocando su frente le despierta. Abre los ojos y la mujer, de nuevo, en un idioma, para él incompresible, da una orden a su nieta Jaharitz, señalando al puchero que hay sobre el fuego.

Por un momento piensa que acaba de despertar de una pesadilla, pero no tarda en comprender. Está en una tienda del campo de refugiados.

-Señor, debe comer- El presidente escucha esas tres palabras como quien oye a un Ángel.  Aquella anciana de pelo sucio, desdentada, que tiene más barba que él y que aparenta  un millón de años, dice tres palabras en su idioma que provocan en el presidente una sensación de alivio balsámico que no recuerda haber sentido nunca.

La verdad es que ni siquiera tiene hambre, pero por satisfacer a aquella vieja  se comería huevos podridos. Esas tres palabras significan hospitalidad y por un momento olvida donde está, quien es y el miedo.

-       Señora ¿Habla usted mi idioma?-

-       Un poco, mi marido, mercader. Años 50 viajar mucho. Tome sopa-.

-       ¿Quién es usted?¿Qué me ha pasado? ¿Cómo he llegado aquí?-

-       Mi nombre es Nuhr. Niños cuentan. Usté salir de tienda de metal a la vez que treinta piedras golpean. Fuerte golpe en cabeza. 16 horas dormido.-

-       Muchas gracias Señora- El presidente agarra el puchero de agua sucia que la anciana le ofrece y se lo va bebiendo a sorbos mientras toma conciencia de su situación.

Una hoguera trisca a la puerta de la de la tienda de campaña a modo de cocina, huele a humo, algunos niños asoman la cabeza curiosos y se ríen por lo bajines.

Tocotocotocotocotocotocotocotocotocotocotocotocotocotocotoco…

Un zumbido lejano se aproxima al campo, los niños que había a la puerta de la tienda salen corriendo, pero Nurh  no se alerta. Es habitual que se acerquen helicópteros de ayuda humanitaria.

Jaharitz mira al presidente en silencio, para ella es un señor vendado al que su abuela cuida como ha hecho muchas veces con otros hombres heridos.  Este busca algo con lo que mostrar agradecimiento, se palpa los bolsillos y solo encuentra el puro que le dio Norma ¿o era Norah?, despega con cuidado la vitola y se la coloca a la niña en su vestido morado a la vez que le guiña un ojo.

 

La abuela mira el logo de la vitola y pregunta:  -¿AIR FORCE ONE?-

El presidente sonríe y responde mirándole a la cara: Es la marca de la casa  Nuhr.

 

TOCOTOCOTOCOTOCOTOCOTOCOTOCOTOCO…

El sonido es cada vez más cercano, extrañamente cercano, los helicópteros no suelen acercarse tanto al campamento, porque volarían las tiendas de campaña. Nurh manda a Jaharitz salir a ver qué pasa.

 

El presidente adivina lo que está pasando y les dice a ambas que salgan al descampado, pero es demasiado tarde, el sonido de los helicópteros tapa su voz y comienza a provocar unas corrientes de aire que vuelan las tiendas. Se oyen disparos y lamentos, y él entiende que cuanto antes lo encuentren, antes pasará todo, así que sale corriendo hacia los soldados.

Nuhr no entiende nada y se dirije a él:

-       Donde va señor, no debe esforzarse-

-       No se preocupe Nuhr- Pero al girar la cabeza hacia ella ve que la culata de un rifle de asalto golpea su cara y cae al suelo mientras su nieta llora mirándole, sin entender nada.

Dos soldados lo agarran mientras otros dos les escoltan hasta el helicóptero. Al ascender, el presidente no deja de mirar a la niña y lamenta, en ese momento, con una rabia contenida que le ahoga, todas las veces de su vida que ha utilizado la expresión: Daño colateral.

4 comentarios:

Ana dijo...

El verdadero daño colateral de este texto es una sonrisa por aprender a disfrutar de los puzles que se hacen con palabras

Marina Culubret Alsina dijo...

has mostrado con nitidez (y así ha llegado) la psicología de los diferentes personajes del relato, y eso me gusta...

Ahora acabo de leer un comunicado, digamos real, sobre la realidad afgana y en fin... el presidente del relato lo veo como un santo... :-/ (me gustaría que fuese al revés...)

Un abrazo,

Amelie dijo...

Me ha gustamo muchísimo tu relato.

Saludos.

Anónimo dijo...

Sencillamente genial, preciosas ilustraciones, me gusto perderme por su blog.
Muchas gracias