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sábado, 18 de octubre de 2008

El ultimo cromo.

La contraventana de madera chirriaba al abrirse mientras se iba llenando la habitación de luz.
Esa claridad de las mañanas frías de noviembre, que traen las primeras heladas del año, se colaba en diagonal sobre la cama, haciendo fruncir el ceño de Vidal, que se escondía bajo las mantas zamoranas.
Momentos antes Vidal había escuchado los pasos de su hermano sobre el suelo de madera del pasillo, le oyó lavarse en el baño y después sintió cómo se abría la puerta de su habitación. Conocía ese ritual dominical, pero trataba de ralentizar el tiempo, apurando cada segundo, calentito y protegido sobre su colchón de lana que conocía perfectamente la forma de su cuerpo infantil.
 -¡¡Arriba, perezoso!!-.   La voz de Gelito  alertaba a Vidal, que se hacía un gurruño sobre la cama sabiendo que, inevitablemente, unas manos frías se colarían bajo su pijama, provocando una pataleta de risas nerviosas y una protesta exagerada que formaba parte de su juego-ritual de los domingos.
Vidal miraba a su hermano con orgullo. Gelito tenía todo lo que un niño de 7 años podía admirar; era alto y fuerte, sabía ordeñar y atender el parto de una vaca, subía a los árboles más altos y descubría algunos de los mayores tesoros para la infancia rural de aquella época, los nidos.
Nunca olvidaría las sensaciones que vivía cuando Gelito bajaba de un árbol con un puñado de crías de jilguero y dejaba que su hermano pequeño acariciase con dos dedos el recién estrenado plumaje de los pajarines, mientras el resto de niños solo podían mirar en silencio.
Estas ideas le pasaban por la cabeza al niño mientras se vestía corriendo. A la vez que pensaba en Gelito  se le formaba en el fondo de la mirada un pequeño poso agridulce, mezcla de ilusión y tristura, que trataba de ocultar evitando la mirada directa de su hermano.
- Gelito, hoy dan en el cine una de Charlot ¿Por qué no vamos a verla?- Dijo Vidal esperando la respuesta de Gelito.
-No Vidal, solo nos queda el cromo de Zarra y tengo un pálpito, creo que hoy nos va a salir-.
-Pero si ese cromo no existe…- Le dijo en voz baja Vidal a la desilusión del cuello de su camisa, mientras se abrochaba los últimos botones y bajaba las escaleras hacia la cocina, hipnotizado por el olor de las sopas de pan con café  que la abuela tenía cociendo en la lumbre desde hacía un rato.
Mientras Vidal desayunaba, el Abuelo Calixto con su voz seria y su “mostacho” imponente apareció por la cocina y le dio a Gelito su paga.
Vidal había posado sobre la mesa todos los cromos repetidos que le habían salido en busca del famoso Zarra. Los miraba con rencor, ya había olvidado la ilusión de los comienzos del álbum, cuando casi todos los cromos tenían un hueco por rellenar entre sus páginas y el balón de reglamento parecía una meta alcanzable.
-Vamos donde “Cobito” Vidal, que hoy es nuestro día- Dijo Gelito mientras le agarraba cariñosamente por la nuca.
Vidal no podía dejar ver a su hermano lo que todo aquello le hacía sentir. Valoraba mucho el empeño y la ilusión que Gelito ponía en aquella colección de cromos con el objetivo de que su hermano pequeño tuviera un balón de reglamento.
Cobito el kiosquero tenía una sonrisa lenta, analítica y fría. Cuando llegaban por allí Vidal y Gelito, sacaba sus dos sobres de cromos y los posaba sobre el mostrador. Gelito lo miraba y le decía:
-¿Me dejas elegir a mí los sobres?-
-Mmmmm…. Venga anda- Respondía Cobito sacando un tarro de cristal lleno de sobres de cromos.
Gelito metía la mano y revolvía hasta elegir uno, mientras miraba a Cobito a la cara como si pudiera ver en su rostro cual era el sobre con el cromo de Zarra.
Después de pagar, los dos hermanos salían del kiosco como si en aquellos  sobres llevaran el destino de sus vidas. Se sentaban sobre la pared de entrada al cine “Don Lope”, que estaba al lado del kisco y el pequeño se tapaba la cara con las manos, como si no quisiera verlo, como cuando te curan una herida y no quieres mirar.
Cada sobre tenía 5 cromos y Vidal veía como su hermano los iba pasando de uno en uno deteniéndose antes de ver el último, esa pausa era la que mataba a Vidal, veía cómo su hermano se preparaba para otro domingo sin premio, pero inevitablemente su rostro aún reflejaba algunos restos de ilusión, que se borraban al dar la vuelta al último cromo. Entonces cogía aire, sacaba una sonrisa, se hacía el duro y le decía a Vidal:
-La semana que viene nos toca … fijo.-.
-Si, seguro- Respondía Vidal con la mirada puesta en el Cartel de “La quimera del oro”, que daban ese fin de semana en el cine y ellos no podrían ver porque el presupuesto solo les daba para los cromos.
Al llegar a casa, Vidal subía disimulando a su cuarto y allí soltaba toda su rabia, los sentimientos contenidos por la desilusión que su hermano sufría cada semana con el único objetivo de sacarle a él una sonrisa. Le daban igual el balón de reglamento y el cromo de Zarra, pero no podía ver la cara que se le ponía cada domingo a Gelito. Dos pequeñas lágrimas bajaban rodeando la nariz para desembocar en sus labios, nunca un caudal tan pequeño arrastró tanta impotencia.
Después de un rato, pensativo sobre su cama, atravesando el techo de su habitación con la mirada en busca de una idea, Vidal bajó corriendo a la cocina.
-¡Gelito!- Gritó, -¿Sabes que haré cuando nos toque el balón de reglamento?-
Y sin esperar a que su hermano contestara, siguió:
-Se lo voy a cambiar a Quinito por uno de sus jilgueros- Soltó de sopetón Vidal con rostro expectante, esperando ver la reacción que buscaba en su hermano.
-¿Un jilguero? ¿Tu quieres un jilguero?- Respondió Gelito pensativo. –Para eso no necesitas a Quinito, los mejores nidos de jilguero los conozco yo-.
Gelito siguió pensativo, algo no le acababa de encajar en todo aquello, pero, de alguna manera sentía un gran alivio interior difícil de entender y al cabo de un rato, terminó por decirle a su hermano:
-La semana que viene ponen una de Humphrey Bogart, “La reina de Africa”, igual vamos a verla…¿Quieres?-.




Pd: A mi tío Gelito y a mi padre (Vidal), por los cachos de mí que fueron un regalo suyo. Y a todos los que nos quedamos sin el balón de los cojones y que los lunes no tenemos de qué hablar con los compañeros de trabajo porque no nos gusta el futbol.

2 comentarios:

Hache dijo...

Ya lo sabes ...

;-)

Marina Culubret Alsina dijo...

aún estoy allí...
He encontrado un nido suave y dulce, y no me quiero bajar, no...

buenas noches, con sonrisa de casi media noche.