El gran Circo Zavala llegó a mi pueblo y plantó su carpa en mitad de la plaza de toros.
Con el mayor entusiasmo que unos animales tristes y cansados pueden transmitir, en medio de una pequeña pista de circo, mal iluminada y polvorienta, aquellos artistas circenses (De la escuela de P A R I S !!) qeu apenas hablaban nuestro idioma, y que lo mismo se pintaban de payasos qeu manejaban la megafonía o arreglaban el camión en el que viajan, me enseñaron una cosa:
Mirando a Candelucha me dí cuenta de que no hay sueños de saldo, sino soñadores de rebajas.
Traté de buscar en aquella pista lo qeu a ella le estaba entusiasmando, intenté encontrar su perspectiva de niña y robé esta foto que, si recuerdo bien mi infancia (que aún colea con energía entre mis neuronas, a las que usa como canicas), será algo muy parecido a lo que ella vivió esa tarde.
Me olvidé del polvo que masticábamos, y de la falta de pelo de los camellos, dejé de ver los tatuajes talegueros del ayudante de los malabaristas y agarrado a la mano de Candela, dejé que la ilusión me lustrara la sonrisa.
No hay sueños de saldo si se sabe soñar.
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