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domingo, 1 de febrero de 2009

Marcas de Vida.



Discover Billie Holiday!




Hoy he madrugado, me gusta disfrutar de esas primeras horas de silencio matinal los fines de semana. Con el cuerpo entumecido por el sueño me acerqué hasta la cocina y mientras el microondas daba vueltas a mi taza de cola-cao me lavé los dientes arrugando la nariz y haciendo muecas frente al espejo.  


Descalzo, cogí la taza caliente y me dirigí al salón, agarré a Mac y me senté a lo indio en el sofá. Instintivamente alargué la mano hacia la mesita que tengo a la derecha, vi ese círculo que deja ahí la condensación de mi taza y pensé en lo que representa para mí. Esa huella representa todas las mañanas que he madrugado, cada una de las veces que he visto caer sobre esa mesita la primera luz de la mañana, plomiza en invierno, viva y cálida en verano, mientras yo escribía, veía fotos, leía, escuchaba música... . A esas horas siempre me acompaña algún difunto (Lester Young, Charli Parker, Billie Holliday, Ella...). 
Esa marca representa todos los ratos de soledad que pasé en ese rincón, de los que salieron palabras, ideas, imágenes, sensaciones, luz...


Me resultan fríos los espacios sin rastros de vida. La pulcritud, el orden excesivo, la simetría perfecta me hacen sentir incómodo, fuera de lugar.


Esas huellas son pequeñas pistas que vamos dejando a lo largo de nuestra vida. Intentar borrarlas o evitarlas sería, de alguna menara, camuflar nuestro paso por el mundo.


También me gustan las huellas que otras personas dejan en mi medio.Me recreo especialmente en esos libros llenos de los restos de quien, antes que yo, pasó por sus letras... sus marcas  (notas, subrayados, páginas marcadas, separadores...). Me ocurría algo parecido cuando recibía una carta de mi novia, primero buscaba los "te quiero" y después leía el resto. Ahora busco primero los rastros. Los olfateo, como los perros que en los dibujos animados siguen las líneas de olores planeando con sus orejas y luego leo el libro con una visión híbrida, aportada por el escritor,  los otros lectores y la mía propia. 



Sé que hay otras huellas que no son tangibles, o al menos no tan directas, las que dejamos sobre las personas. Marcas de cariño, ilusión, decepción, memoria, admiración, provocación, dolor y que podemos intuir en el rostro, en la mirada, en las reacciones de la gente, esas las llevamos por dentro y su lectura es menos evidente, pero están ahí. El lenguaje corporal está lleno de esas huellas de vida. El tono de voz, la forma de mirar o dar la mano, la manera de caminar, el modo de observar al grupo, las pautas de respuesta ante situaciones complicadas. Todo eso ayuda a intuir cómo es la vida de una persona, lo que ha pasado, cómo se enfrenta a ello y casi casi lo que podemos esperar de esa ella.
Las heridas de la infancia son otros de las rastros que me gusta observar. Casi todos tenemos un punto o dos en la barbilla porque rodamos las escaleras de pequeños, por no hablar de los sietes de las rodillas o los codos, eso también nos ayuda a hacer lecturas. Yo creo que a una infancia sin "heridas de guerra" le falta algo importante.
Hoy solo quería hablar del rastro físico que dejamos por los espacios que ocupamos, incluido nuestro propio cuerpo y la información que a través de esos restos de vida recibimos. 

En esta mañana plomiza y húmeda, mientras Billie Holliday me susurraba "Autumn in New York",  rebusco entre mis archivos de fotos y  al observar esta imagen de mi armónica y ver sobre ella mis huellas dactilares pienso que estas le dan vida a la foto y a mis recuerdos, la hacen real, útil, cercana. Le dan la vida de las cosas que se usan frente a la frialdad pulcra de los escaparates en los que hay cosas que nunca nadie utilizó.