Me le quedé mirando como hacemos los niños, con curiosidad y un cachín de descaro. Él fijó su mirada en mí, giró el cuello y arrugó los ojos para enfocarme mejor, ese gesto de "busqueda" me hizo sentirme invitado, así que cogí mi triciclo y lo aparqué a su lado.
Al principio solo nos miramos sin decir nada, con esos pequeños gestos de "reconocimiento del terreno" que tenemos los niños, nos tocamos la cara, intercambiamos caramelos, hicimos equilibrismo sobre una raya pintada en el suelo, él me enseñó a silbar chulito con las manos en los bolsillos, yo le enseñé a ponerse bizco y representamos un pequeño duelo de muecas que terminó en una carcajada improvisada que nos recordó a los dos que teníamos voz, que podíamos hablar... y nos animó a hacerlo.
Empezamos a hablar atropelladamente, uno pisaba al otro, como si nos lo quisiéramos contar todo en ese mismo instante, con la necesidad de posar nuestra vida ante los ojos de quien miraba curioso y absorbía con gran interés lo que estaba escuchando.
Ese pisarnos desencadenó una nueva carcajada, miradas cómplices y de repente...
Un silencio...
Silencio que dió paso a esas grandes preguntas que nos hacemos los niños, esas cuestiones vitales sin cuyas respuestas no se conoce realmente a una persona:
-¿Por qué llevas el pelo así?- Pregunté yo.
- Soy pequeño, eso me hizo crecer a la sombra de quienes me rodeaban, y me permitió observar desde abajo a mi gente. Mi tamaño, que en principio parecía una desventaja, me permitió darme cuenta de que mi gente se estaba cegando por el sol y que desde bien pronto ya no sabían hacer otra cosa que girar en busca de una luz que no podrían ver jamás.
Así que yo decidí proteger mi mirada.
Ninguno de mis compañeros entendió jamás mi afán por evitar los riegos, cómo trataba de absorber del agua con su cara, resistiéndome con todas mis fuerzas a echar raíces y crecer hacia la ceguera. Esto acentuó mis diferencias con el resto y no tardé en sentirme un extranjero entre mi pueblo, así que aquí me tienes.

- Mmmmm... Yo venía buscándote.
Y juntos desenterramos sus raíces y comenzamos a pedalear hacia el norte.
Él sentado en la cestíta de mi triciclo como E.T., yo practicando mi recién estrenado silbido.
(El viaje hasta el norte es otra historia que está por vivirse).
5 comentarios:
no puedo creer que esa foto sea de verdad
Ludo, no viste un triciclo aparcado justo antes de la curva y a un tipo lleno de glam jugándose la vida por sacar esta foto???
Me encanta la imagen mental que creas con la cestita de ET y el silbido de fondo ...
(... ...)
Dicen que hay flores suicidas al borde de todas las carreteras...
Feliz pedaleo al niño y al rubio...
Gracias por el café ¿Para cuando una historia de golondrinas?
que puedo decir? Buena foto y buena conversación ... con una girasol. :)
Publicar un comentario