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sábado, 13 de febrero de 2010

Tertulias.


No tengo demasiados recuerdos de mi abuelo Angel. Coincidimos muy pocos años en la vida, así que mi memoria los ha compuesto revolviendo, en el gran tazón de desayuno que es mi infancia, las vivencias reales con lo que me han contado y lo que yo imagino.

Recuerdo el paseillo que nos daba, a mi primo Joaquin y a mí, hasta "El caseto del Sordo", los sábados por la mañana.

El Sordo era el zapatero del pueblo (zapatero remendon, no un vendedor de zapatos) y su pequeño caseto, hoy enterrado bajo un bloque de pisos, era un centro de reunión con olor a cuero y pegamento.

Aquellas si que eran tertulias.




Las mentes vivas del pueblo, bajo sus boinas, masticando el humo de su tabaco de liar, contemplaban la vida, la observaban desde los poyos de piedra y le miraban a la cara, como quien ve pasar a un viejo conocido, y espera a ver si le saluda.

Yo frecuentaba con mi abuelo dos de esas tertulias, la del Sordo y la de la fragua de Julipis.

La mayoría de los tertulianos eran hombres del campo ya jubilados. Habían trabajado la tierra y cuando tenían que destacar algo en algún niño, eran sus facultades físicas. El tamaño y la fuerza puntuaban mucho en las pequeñas competiciones de nietos.

A veces, mi abuelo Angel, participaba en esas justas con una frase que lanzaba al tendido mientras me miraba a mí.

- Este chico tiene un pecho como un desván.

A menudo me acuerdo de él. Y es que hay días en los que quiero que la tierra deje de girar, respiro hondo ... muy hondo, como si quisiera aspirarla, y en el desván que es mi pecho, crujen las maderas y se desvencija el ventanuco.

2 comentarios:

Unknown dijo...

El colador, el ventanuco ... nuestros recuerdos tienen aroma, así lo siento! Y los nuestros ... una prolongación más de nuestra personalidad! Un abrazo amigo! Muacc

Unknown dijo...

clap! clap! clap! clap!