Hay un rato en cada mañana en el que el sol y yo nos miramos. Nos asomamos a la vez con nuestras manitas agarradas al horizonte, cada uno desde un extremo del mundo, nos buscamos.
Yo le pido ayuda a la luz para que se cuele en mi tela de araña. Le canto una nana y algunos días, se me queda dormida ahí, en mi improvisada amaca de seda.
Esos días la noche no me apaga del todo.
Esos días no me importa mucho en qué sentido gire la tierra, porque sé que el sol me buscará a la mañana siguiente para llevarse lo que es suyo... y un poco mío ya.
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martes, 4 de octubre de 2011
Mi pequeña tela de araña.
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