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sábado, 10 de abril de 2010

La Alacena F


La Alacena F, originalmente cargada por Garabato's Light Clan.




-¿Por qué guardas esta vieja alacena, abuela?

-En esas copas resuenan los ecos de toda una vida. Recuerdo todas las veces que las vaciamos brindando siempre con la misma frase: "Se nos va a quedar corta la vida".

Hoy, con 96 años a las espaldas, mirarla es un pequeño tributo a esa frase que dirigió mi vida.

-Abuela, ¿nos abrimos una botella?

-Venga, dale.

viernes, 9 de abril de 2010

Patio de la locura


Patio de la locura, originalmente cargada por Garabato's Light Clan.


Aquella señora no dejaba de mirar la verja del patio.

Yo me acerqué a ella y por un momento, mirando su cara, dudé si estábamos fuera o dentro del manicomio.

Entre aquel jardín silvestre y su mirada, la verja iba desapareciendo, y a ratos se resumía en unos pocos destellos que invitaban a atravesarla.

jueves, 8 de abril de 2010

Mi Negrona.


Ott-San, originalmente cargada por Garabato's Light Clan.

Algunas luces le ponen cuerpo de Negrona del Blues.

Se le tiñe el alma y se le acentúan las curvas, se hace resbaladiza y picarona.

Redondea su sonido. Sus seis cuerdas vibran y ella se pega a mi pecho, como una mujer cuando junta las piernas para no dejar salir el calor de sus adentros.

Mi Les Paul tiene tantas vidas y sentimientos dentro que, si algún día consigo no limitarla a los míos, sentiré cómo su tacto de madera pulida se eriza de la emoción.

miércoles, 7 de abril de 2010

"Perspectivas" o "El guardaespaldas de Dios"

Ayer estuve de entierro. Este detalle solo me sirve para ubicar el entorno en el que ocurre lo que quiero contar, pero no es la historia de hoy.

Esta historia tuvo lugar en un pueblo del norte. El pueblo de mi madre.

Yo fui uno de los hombres que portaba el ataúd hasta al altar.

Es de sobra conocida entre mi gente, la facilidad que tengo para colocarme en situaciones "extrañas" en casos así. Esta vez, sin saber muy bien cómo, me vi al final del pasillo solo, en el altar, mirando hacia mi familia y todas las personas que vinieron a acompañarnos, dudando, buscando un lugar donde sentarme.


... pompom pompom pompom... viví uno de esos ratos de segundos atragantados, que bloquean los canales de salida de mis pensamientos y me hacen ejecutar mis "acciones Mr Bean".


La iglesia estaba abarrotada y solo quedaba sitió en el banco de alante del todo. Buff, yo no me quería sentar ahí, así que hice un recorrido ridículo por el pasillo central de la iglesia, buscando un sitio donde sentarme, paseo de ida y vuelta, porque no encontré ningún hueco libre y acabé volviendo a mi destino, que era sentarme en primera fila.

Sin nada delante de mí, sin saber cómo poner las piernas, ni las manos, mirando a los curas con cara de pocker y observando de reojo a las dos señoras que estaban a mi lado, arqueando una ceja para saludarlas y suspirando un aire mezclado de tristura y de ese aroma subrealista que a menudo me acompaña.

Frente a mí, en el altar, tres curas y Lulín.

No soy creyente y no domino muy bien este medio, no sé el orden de cada acto de la función, así que siempre observo el ritual con curiosidad. Normalmente no me aburro, pero, además, esta vez todo estaba cargado de emotividad, la persona que dirigía el altar era alguien que quiere bien a la familia y que domina muy bien el medio, así que nos regaló algunos momentos intensos.

Debo reconocer que yo soy de esas personas que siempre están mirando donde no mira nadie, al final tengo que preguntar ¿Qué ha pasado ... qué ha pasado??!!!, pero por otro lado esto tiene un beneficio colateral del que no me quiero desprender. Ser así me ofrece unas perspectivas distintas de la vida.

En esta ocasión me fijé en Lulín.

Desde toda la vida que yo soy capaz de recordar, Lulín ha sido el monaguillo del pueblo. El ayudante del cura. El adjunto a gerencia en lo que a asuntos de altares se refiere. Es un muchacho con una desviación mental cuyo nombre desconozco.

Lo poco que habla lo dice muy rápido, como a borbotones, nunca le he visto sonreír, y todo lo que hace o dice lo ejecuta como si fuera el guardaespaldas de Dios, mirando a todos lados, muy serio, escrutando lo que le rodea con gran solemnidad. Escanea el entorno con movimientos rápidos de cabeza, como si su cuello tuviera un engranaje con topes en los que se para su mirada.

Lleva unas gafas de pasta, estilo Roy Orbison, que se coloca constantemente arrugando la nariz. Pasa el cepillo de la iglesia siguiendo un ritual comprometedor, te pone el cesto delante, lo mueve haciendo ruido con las pocas monedas que tiene y se te queda mirando hasta que echas algo.

Por otro lado, en el pueblo son conocidas sus actividades onanistas, por lo abundantes y poco íntimas. A mí eso siempre me hizo especial gracia las pocas veces que he ido a misa y le he visto sujetar el platillo de comulgar bajo la Ostia, cuando las señoras mayores abren la boca para recibir el cuerpo de Cristo. No sé por qué demonios, en ese momento me vienen a la cabeza sus aficiones onanistas.

Enfín, el caso es que yo tenía el concepto de Lulín que me daba la perspectiva de todo este historial que acabo de contar.Pero como casi siempre, había algo más, solo tenía que cambiar de postura.

Una de las dos señoras que se sentaba conmigo en la primera fila, tenía un motivo de mucho peso para estar ahí. Era la tía de Lulín. La mujer que le ha criado, la mujer que se molesta y se esfuerza en que él siga asistiendo a estos eventos. Ahora viven en otro pueblo y se desplazan hasta aquí solo para participar en la misa.

Me senté al lado de esa señora de manera cómplice y, desde ese rincón privilegiado, pude observar un mundo que ni siquiera imaginé que existía.

La comunicación entre Lulín y su tía a lo largo de la misa era intensa y constante, la mujer estaba nerviosa, no dejaba de mirarle, le hacía señas, le decía cosas "por la bajinis", estaba tensa en cada cambio de tercio, cuando tenía que traer el vino, o colocar el libro de las lecturas, cuando tenía que tocar la campana, o arrodillarse ante la cruz... Seguía sus pasos con una concentración que a mí me emocionó.

Mi emoción no tiene su origen en la devoción cristiana que allí pudiera haber, sino en cómo aquellas dos personas vivían con intensidad, algo que yo había observado siempre con un poco de sorna, como un simple ejemplo curioso del subrealismo rural de mi tierra.

Lulín le devolvía a su tía algunos gestos con la mano, como diciendo, "tranquila, que esto está controlao", serio, solemne, sin dejar de vigilar las espaldas de Dios.

Este señor llevará más de 30 años haciendo lo mismo y, en esos momentos yo pensé, cuánto cariño es necesario para seguir viniendo con Lulín a misa y vivirlo con esa tensión. Pensé en la cantidad de veces que he mirado a esa mujer y no he visto nada especial, me ha podido parecer más o menos simple, más o menos guapa, he sacado una conclusión superficial y he avanzado con mi esquema mental sin más. Un esquema que habitualmente resume de forma injusta lo que le rodea.

Ayer me dí cuenta, una vez más, de que hay muchos mundos en este, más cerca de lo que imaginamos, que estamos rodeados de intensas piedras de colores y que la mayoría de ellas no las veremos.

Bueno, yo seguiré buscando posturas raras y luego preguntando - ¿Qué ha pasado? -, porque perspectivas como esta, me ayudan a saborear el mundo de otra manera.

Candelucha's mind


Candelucha's mind, originalmente cargada por Garabato's Light Clan.

Candelucha observa todo con la densidad de un sordo. Me pierde ver cómo, algunos niños, absorben con sus sentidos el mundo, a mordiscos de sensaciones.

Roque


Roque, originalmente cargada por Garabato's Light Clan.

Mi amigo Roque es buena gente.
Una pelusa de carbón con candiles en la mirada.

El único gato que conozco que pide las cosas por favor.

martes, 6 de abril de 2010

Jardinero Loco


Jardinero Loco, originalmente cargada por Garabato's Light Clan.

domingo, 4 de abril de 2010

Melomano


Melomano , originalmente cargada por Garabato's Light Clan.

Sentaba su silencio sobre el trono real de tres patas, encendía las cerillas de su cabeza y se dejaba marear de música girando y girando en la gramola hasta olvidar donde estaba.

Gandula III


Gandula III, originalmente cargada por Garabato's Light Clan.

Hay días en que los sonidos de mi guitarra se mastican en silencio, tienen sabores y texturas solo con mirarla.
Hay un banco de madera en la solana de mi cabaña, es uno de sus rincones favoritos. El valle, los prados, mis manos... y las vacas como público VIP.

Tiempo descalzo


Tiempo descalzo, originalmente cargada por Garabato's Light Clan.

El sol madruga en Viaña, se cuela por la solana y cocina en nuestra cabeza (la de Gandula y la mia) ideas de un tiempo descalzo de luz, que nos hace guiñar los ojos, sonidos de agua, risas y siestas ... delirios de piel.

Shy Feet


Shy Feet, originalmente cargada por Garabato's Light Clan.

Por la mañana, mis pies madrugadores, caminan con prudencia, como pidiendo perdón al silencio por invadirlo con sus pisadas.

Fly


Fly, originalmente cargada por Garabato's Light Clan.

Es tiempo de volar.

Do you remember that?


Do you remember that?, originalmente cargada por Garabato's Light Clan.

Cuando éramos pequeños, recorríamos el mundo en bici y... Sabíamos que las tortugas podían volar.

lunes, 22 de marzo de 2010

La mesa de la cocina.

Cuando comencé a tomar conciencia de lo que era esta mesa, miraba al mundo desde esa perspectiva. Tenía que ponerme de puntillas para llegar al cajón.


Mi abuelo Santiago tuvo 7 hijos, y hace tiempo que perdí la cuenta de los nietos y bisnietos que le fueron cayendo por el camino a lo largo de su vida, pero somos una pila.

Probablemente mi abuelo no fuera un hombre perfecto, pero a lo largo de su vida, junto con su Verónica (mi abuela), creó una familia con una serie de valores, muchos de los cuales se dieron forma alrededor de esta mesa, en la que no se empezaba a comer JAMÁS sin que estuviera todo el mundo sentado. Creo que los valores importantes no se explican nunca, ni se escriben en ningún sitio ni se memorizan repitiéndolos, los valores importantes se maman.

Supongo que todos los clanes, familias... etc, tienen su "Rincón-Altar". El nuestro era ese.

Alrededor de esa mesa hemos reido, peleado, comido, aprendido, rozado, mirado, conocido, cantado, llorado, asombrado, emocionado, bebido. Tres generaciones de mi familia, hemos hecho los deberes de la escuela, nos hemos zurrado a puño cerrado, gritado, gruñido, hemos abrazado, planeado, jugado...
NOs hemos visto nacer, crecer y morir. Algunos seguimos creciendo, la mayoría, de hecho. Si no me fallan las cuentas, solo faltan los dos abuelos. Con ellos se fue también el "Rincón-Altar".

Pero la mesa ahí sigue, mi madre, gran aficionada a recoger tesoros perdidos, la recuperó hace tiempo y está en una cabaña en La Vega de Pas a la que voy algunos fines de semana, cada vez más a menudo.

El sábado, mi hija Candela se puso de puntillas y abrió el cajón de la mesa para coger el mantel, el chirrido que hizo el cajón fue el mismo que hacía en los años '60 ' 70 (mi quinta) y ' 80 y que hará mientras yo sea capaz de conservarla como un pequeño homenaje a lo que construyeron mis abuelos, ese "Rincón-Altar" que es tantas cosas, que no me caben aquí.

Los Altares son la representación física de algo intangible (no soy creyente, pero lo imagino así), de manera que el espiritu de esa mesa va más allá del espacio físico que ocupa, se recompone cada vez que una de las dos generaciones qeu quedamos vivos se reune, o incluso las dos. Cuando eso ocurre, sale a relucir la esencia de cada uno, nos miramos, nos reconocemos y nos reafirmamos como una especia que intensifica nuestro sabor original.

Las historias se repiten, pero las risas suenan frescas. A ratines, yo me salgo de la escena y la miro como si fuera mis abuelos, de alguna manera, trato de sentir su orgullo.
El orgullo de los carpinteros que construyeron esa "Mesa-Altar".

Oler el tiempo.

Me pierde oler el tiempo...

...Casi tanto como escuchar tus pasos.

viernes, 12 de marzo de 2010

Especias maestras.







Puse una cazuela de recuerdos macerados con anhelos a remojo, bajo las lluvias de febrero.

Se limpiaron las heridas, cicatrizaron las sombras, me salieron brazos nuevos como una estrella de mar.

Mi pecho recuperó su forma original y aprendí que, una parte de mi luz, es el reflejo de aquello a lo que decida mirar.











Y, aunque ya no busco la imagen que cure mi ceguera, sigo aprendiendo a hacer de los sueños la especia maestra de mis voluntades... la inercia sutil que mueve mi mundo en una u otra dirección.


Supongo que una vida se me quedará corta para aprender.

martes, 9 de marzo de 2010

Silvestres I

Nacieron juntos, la noche más fría de aquel siglo, en una vieja casa de madera, templada por el calor de la lumbre y pulida por la piel de su gente. Se criaron silvestres, eran dos niños de pies sucios y mocos en las mangas del abrigo, pero mirarlos era un espectáculo de sonrisas y complicidad.
No habían comenzado aún la escuela cuando, todos los rincones de aquel valle, habían acariciado ya la planta de sus pies.

Sus días acababan al lado de la lumbre, sentados en el suelo con un puchero y dos cucharas. Se daban de comer el uno al otro, era un juego que les enseñó la abuela Isabel desde pequeños, solo un ejemplo del cariño que aquella mujer les inculcaba, como una forma de vida. Con la panza llena, se sentaban al calor de las historias que Isabel guardaba bajo el pañuelo que cubría su cabeza y allí, en el regazo de sus brazos firmes y protectores, caían rendidos.

El nuevo día llegaba con la luz, no había más indicadores que ese, el gallo de la familia padecía un miedo escénico que le bloqueaba todas las mañanas a la hora de lanzar su canto.

Era un poema verle subir a lo alto de la casa, colocarse junto a la oxidada y conservadora veleta que anunciaba la dirección del viento siempre con varios minutos de retraso en los que se resistía, chirriando, a cambiar su postura, y ver su conflicto en soledad, luchando contra su propia timidez hasta que bajaba silencioso del tejado, escondiendo la humillación bajo sus plumas.

Este conflicto interno fue convirtiendo a aquel gallo en un ave taciturna y malencarada, de trato hostil y mirada retorcida, que nunca se llevó bien con los niños.

Los primeros rayos del sol se distorsionaban a través de unos viejos cristales que parecían de hielo y se curvaban por la habitación de los niños hasta dar con la cara de Anouk, que remoloneaba sobre el colchón de lana y dirigía su mirada hacia el balcón, donde Yago colgaba sus pies entre las barandillas y perdía la mirada entre los sonidos del valle.

Aquel niño vivía los sonidos con todos los sentidos, el río caramboleando los cantos rodados, el viento bailando con las hojas, los pucheros de la abuela en la lumbre, un burro negro de culo zumbón que pasaba con las cacharras de la leche...Yago lo miraba todo con sus oidos. Al rato abría los ojos y mezclaba lo que había "visto" desde sus oidos con lo que miraba desde sus ojos. Esa forma de palpar el mundo, le daba a su rostro infantil un matiz de serenidad e intensidad poco habitual en los niños.


Anouk lo observaba sentada sobre la cama, con las piernas cruzadas, los codos sobre sus rodillas recogiendo su cabeza con las manos y un brillo de orgullo que retaba al sol.

No tardaba mucho en arrugar la nariz y romper la concentración de Yago con una zapatilla que cruzaba volando la habitación hasta golpear su cabeza.

Ese ritual acababa con una carrera de persecución en la que los dos niños trotaban escaleras abajo agarrados al olor del desayuno que Isabel había preparado.

La comunicación en el desayuno era un cruce de miradas constante entre los tres, de esas con sonrisas descontroladas, hasta que Isabel rompía el silencio:

- ¿Qué harán hoy mis gandules?.

Ante esa pregunta los niños se miraban, sonreían, saboreaban, con un poco de vértigo en el ombligo, la libertad que les daba la abuela con esa pregunta y se aturullaban a contestar
los dos a la vez un bombardeo de ideas en las que esa coherencia que limita a los adultos no jugaba un papel muy importante.
Hoy, una idea se coló en medio de un silencio que andaba por ahí perdido, con voz suave pero contundente un mensaje de Anouk destacó sobre todos los demás:

- Hoy descubriremos un mundo.

Lo dijo con la misma calma que habría dicho -hoy cambiamos las sábanas de la cama-, esa seguridad caló hasta tal punto, que se provocó un silencio intenso desde el que Isabel y Yago se quedaron mirando a Anouk mientras ella les devolvía la mirada, firme y sonriente, encogiendo los hombros y retándoles:

- ¿Qué pasa? Se levantó y comenzó a lavar sus cubiertos del desayuno mientras regañaba con rostro socarrón a Yago.

- Vamos Yago, los mundos no los descubren los perezosos.

Una vez en la calle, Anouk y Yago se sentaron en medio de la plaza, en el banco de piedra que rodea la farola. Su forma circular les encantaba a los niños, por la libertad que les daba al no horientarles en ninguna direccion concreta, era una representación geométrica de su manera de vivir.

Anouk levantó un dedo y señaló al Castro más alto. - Necesitamos un lugar desde el que lo veamos todo sin necesidad de recorrerlo, desde allí arriba abriremos mucho el horizonte y casi veremos el mar.

Sin pensarlo dos veces, Yago se puso en pié, agarro la mano de Anouk y comenzaron a caminar. No había tiempo que perder el camino era largo, pindio y pedregoso.

Yago caminaba decidido, con la mirada fija en su objetivo y apremiando a Anouk que se entretenía con todo. Frunció el ceño y se puso las manos en las caderas cuando Anouk entró a saludar en la panadería. Le encantaba el olor, el calorcito y la barra pequeñita que le guardaba la panadera. Esta le hacía un tiento de apartar el cacho de pan cuando Anouk extendía su mano para recogerlo, sonría, le guiñaba un ojo y le revolvía el pelo. La niña metía el pedazo de pan en el bolsillo de su peto salía dando saltitos sobre el Tejo que había dibujado en la acera, color naranja teja.

- Yago, ¿El Tejo solo se puede pintar con una Teja?.

- Claro Anouk, qué cosas tienes.

La panadera se les quedó mirando conmovida por esa jurisprudencia infantil qeu, ajena a las leyes de la lógica, sienta su cátedra sobre cualquier guá con de canicas de colores y volvió a la tarea, pensando en la forma que daría el día siguiente al panecillo de Anouk.


... ... Continuará ... ...

sábado, 13 de febrero de 2010

Tertulias.


No tengo demasiados recuerdos de mi abuelo Angel. Coincidimos muy pocos años en la vida, así que mi memoria los ha compuesto revolviendo, en el gran tazón de desayuno que es mi infancia, las vivencias reales con lo que me han contado y lo que yo imagino.

Recuerdo el paseillo que nos daba, a mi primo Joaquin y a mí, hasta "El caseto del Sordo", los sábados por la mañana.

El Sordo era el zapatero del pueblo (zapatero remendon, no un vendedor de zapatos) y su pequeño caseto, hoy enterrado bajo un bloque de pisos, era un centro de reunión con olor a cuero y pegamento.

Aquellas si que eran tertulias.




Las mentes vivas del pueblo, bajo sus boinas, masticando el humo de su tabaco de liar, contemplaban la vida, la observaban desde los poyos de piedra y le miraban a la cara, como quien ve pasar a un viejo conocido, y espera a ver si le saluda.

Yo frecuentaba con mi abuelo dos de esas tertulias, la del Sordo y la de la fragua de Julipis.

La mayoría de los tertulianos eran hombres del campo ya jubilados. Habían trabajado la tierra y cuando tenían que destacar algo en algún niño, eran sus facultades físicas. El tamaño y la fuerza puntuaban mucho en las pequeñas competiciones de nietos.

A veces, mi abuelo Angel, participaba en esas justas con una frase que lanzaba al tendido mientras me miraba a mí.

- Este chico tiene un pecho como un desván.

A menudo me acuerdo de él. Y es que hay días en los que quiero que la tierra deje de girar, respiro hondo ... muy hondo, como si quisiera aspirarla, y en el desván que es mi pecho, crujen las maderas y se desvencija el ventanuco.

sábado, 6 de febrero de 2010

¿Qué hay, minutos?

¿A dónde se van los minutos cuando pasan?


Cuando echamos la vista atrás, la mayoría ya se han esfumado, dejando a lo sumo, un recuerdo de lo que hicimos con ellos. Son afortunados los recuerdos que no se desvanecen entre los minutos que vienen empujando por detrás, como una muchedumbre de tiempo incontrolada que avanza caiga quien caiga.


Y es que, esos recuerdos se templan con el calor de nuestro pecho y se dan forma a golpe de latidos, miradas, sonrisas y emociones.

Cuando vivo un momento feliz, intenso, siempre, siempre, trato de salir de la situación y mirarla desde fuera, para qeu no se me escape ningún detalle. Cuando lo hago, casi oigo al tiempo caer, como canicas que rebotan en el suelo y no se van a ningun sitio, se quedan por ahí para que juegue con ellas.



Me pierde la vision del mundo cuando consigo que el tiempo carambolee a mi alrededor, dejándose tocar, sin prisa, mirándome a la cara, como yo lo miro a él.


Es como si me agradeciera el buen uso que le hago, queriendo participar conmigo de manera activa. Y de repente esas canicas de tiempo, son presente estático, rodeándome, ofreciéndoseme, abalando mi futuro. Están ahí, tranquilas, paradas, recreandose en su propia existencia y en su entrega... en lo que me dan y en lo que yo les doy.



Y es que, siempre pensé que el tiempo era lo que pasaba entre uno y otro momento feliz. Pero la última vez que viví algo realmente intenso, me quedé mirando las canicas que rondaban por el suelo y ví que, quizás, el tiempo más tangible sea el que se construye en los momentos felices... precisamente durante cada uno de esos momentos y no entre ellos, y es que hoy veo la vida como un "colador" de minutos y yo quiero hacer algo grande con todos los míos, para que se me escapen por el colador los menos posibles... .



Gracias a quien me ayuda a darle forma al tiempo, para que no quepa por los agujeros del colador de mi vida.

¿Qué miras?




Solitario y sin equipaje,
aquel girasol,
cansado de disimular
que no se daba cuenta de que yo lo miraba,
se dirigió a mí desde la cuneta de enfrente:

- ¿Qué miras?

Su voz era grave, fuerte y clara, con un ligero eco de fondo,
parecía más la de un dios que la que uno le podría imaginar a un girasol.
(más como la de Constantino Romero que como la de La Abeja Maya)

Y al otro lado de la carretera,
yo miraba a mi alrededor un poco aturdido y sonrojado.

Avergonzado, trataba de comprobar que nadie veía
cómo, aquel ojáncano flacucho y rubio me observaba fijamente,
cómo seguía con su ojo descarado cada uno de mis movimientos
y yo no sabía donde posar los míos,
metía las manos en los bolsillos, las volvía a sacar, silbaba...

Hoy, uso este blog como tratamiento para superar aquel día.
Como hacen en las terapias de grupo, decidí posar aquí mis angustias y confesarme:

Hola, me llamo Santiago Cobo, tengo 36 años
y una vez me intimidó un pequeño girasol.