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domingo, 20 de abril de 2008

El día de la música

Antes de comenzar a escribir este texto, le di varias vueltas a mi discoteca buscando una canción, pero acabo de darme cuenta de que estaba en un error...

...si lo hago bien, la música saldrá de vuestras cabezas:



21 de junio, comienza el verano y lo hace con luz. Uno de esos días en los que, hasta los girasoles, llevan gafas de sol y la tierra parece girar más despacio.

Es sábado. Los sábados por la mañana hay bastante actividad alrededor de la plaza de este pueblo, hay vidilla.

Pasado el mediodía comienzan a recogerse los puestos del mercado, los gitanillos están de buen humor, terminó su jornada y no se les dió mal el día.
Las calles comienzan a dejar gente bajo los soportales y los niños juegan alrededor del templete de los músicos... Este rato es el punto de inflexión entre la mañana y la tarde, ese momento de antes de comer en que la gente está saboreando el ecuador del fin de semana, de su ocio, su familia, sus amigos, de su tiempo...

Bajo uno de los soportales, el rincón con más acústica de toda la plaza, el muchacho del puesto de ropa interior que hace un rato gritaba -¡¡¡Señoras que por 3 euros no se puede ir sin bragas!!! ¡¡Y ojito que están a estrenar!!!- comienza a tocar su cajón flamenco:

PUMmmmm...
TACA PUMMMM...

Ta

PUMmmmm...
TACA PUMMMM...

Ta

... ...

En la otra punta de la plaza, cerca del puesto del anticuario, hay un chiquillo regordete y moreno, de esos que tienen cara de pillo con hoyuelos en los mofletes y mirada viva. Todos le conocen como "Ticha". Al oír el cajón, agudiza sus orejas, saca brillo a su sonrisa y coge la trikititxa llenando sus fuelles de aire y de música.
 -Este chaval lleva la música en el ombligo- dice su tío Manuel, que está en el café "La Isla" tomando un "mezclao" con la cuadrilla. 

No le cabe el orgullo en el pecho.

Dos músicos que no se conocen, que ni siquiera se ven, cruzan en diagonal la plaza con su sonido, y la gente comienza a asomarse a las galerías y balcones.

Algo parecido a un tango manchao de flamenco invade el ritmo, el latir, el respirar de las gentes, y no tarda en abrirse la puerta de uno de los balcones, el de la maestra Isabel (Chavela).

Una chica serena y guapa, de esas que tienen la mirada limpia, casi transparente y que trata a los niños con cariño. Lo mismo se preocupa por sus quebrados que de su merienda y que dedica parte de las tardes a dar clases de piano en la casa de cultura. 
En el pueblo le tienen cariño a pesar de que "viste raro esta chiquilla", como dicen los viejos, porque lleva rastas, ropa holgada de muchos colores y a veces va descalza.

Un chirrido hace girar la cabeza de la gente hacia su balcón. Está arrastrando su piano fuera y con un acorde firme y mantenido con la izquierda sobre los graves, le guiña un ojo al chico de la trikititxa, uniéndose a la sección rítmica mirando hacia el cajón, que no para de morderse la lengua y sudar, concentrado. Al fin y al cabo él está marcando el ritmo de esta pequeña orquesta.
Chavela va metiendo de vez en cuando la diestra en los agudos, colando una melodía y cruzándose con gracia entre las notas de la trikititxa que le cede gustosa su espacio.

La banda de música suele terminar su ensayo a las 13:30h y se van todos a la plaza a tomar unos vinos, pero hoy, al llegar y encontrarse con semejante panorama todos se quedan mirando al maestro Leyva, un gallego con corazón de Nueva Orleans, que allí donde va es extranjero, pero querido por todos.

Le miran y él sonríe, escucha, asimila el ritmo, los acordes, los hace suyos, coge su trompeta y se marca un solo.

Primero entra prudente, siempre hay que entrar de la mano de la sección rítmica, sin invadir, haciéndose un hueco entre el resto de sonidos y poco a poco el resto te invitan a "bailar solo" en medio, arropado por ellos.

Ése es el momento de Leyva, sabe entrar y salir como nadie, infla los papos y le hace un guiño a su nieta, colando una frase de Over the Rainbow, de la BSO del "Mago de Oz", pero enseguida empuja el sonido y al resto de los músicos hacia el jazz, improvisación con una base de acordes que da pie a colar varias frases de canciones míticas, Chavela cuela el "life my fire" (The doors), Ticha toca "la estrella errante" de la BSO "La leyenda de la ciudad sin nombre".

En cada corte los músicos se miran y se pasan el testigo, el chico del cajón hace un pequeño solo que da entrada el siguiente. Cuando termina la Triquititxa, el vendedor de bragas, se acerca al centro de la plaza mientras hay una niña pequeña la cruza de la mano de su abuelo al mismo tiempo. Cuando ambos están a la misma altura el chico del cajón se sube sobre su instrumento levanta los brazos y salta...
...
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cuando cae al suelo todos los instrumentos callan al mismo tiempo.

El momento de mayor complicidad entre un grupo de músicos sucede siempre en un silencio. En ese instante se miran, respiran, sonríen, paladean todas las sensaciones. Oyen y sienten al público palpitar, y esos latidos les siguen marcando el ritmo de la canción de manera que vuelven a empezar todos al mismo tiempo...

...pero en este caso el chico del cajón saca un megáfono de dentro del mismo y se lo da a la niña que le mira con curiosidad y sonríe mientras el abuelo se rasca la nuca desplazando su boina ligeramente hacia adelante,
...
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El percusionista se vuelve a sentar en el cajón y golpea:

pum pum


pum pum


pum pum


toda la plaza le siguen con las palmas, la niña se lleva el megáfono a la boca y con su legua de trapo grita:

güii
guol

güii
guol

ROCK LLU


ROCK LLU


güii
guol

güii
guol

ROCK LLU

ROCK LLU

En ese momento los miembros de la polícia local que no sabían si dispersar aquel "desorden" o formar parte de él, se pusieron las gorras del revés y comenzaron a saltar y cantar mientras los carteristas del mercado, que se conocen perfectamente, les cogían los silbatos y chiflaban moviendo el culo y riendo.

De repente, a todos nos llama la atención un chico alto y rizoso que cruza la plaza corriendo, se tropieza con el puesto de la fruta e intentando ayudar al frutero le provoca más caos, así que el frutero lo aparta con "cariño" -¡¡Quita anda, quita!!!-. El chico alto y rizoso, que se llama Jaime, pero al que todos le llaman "Jimi", sigue corriendo, y pidiéndo perdón al mismo tiempo.
Entra en su portal y todos le perdemos de vista.

Mientras ocurre todo esto, los músicos están terminando "Güi Güil Rock llu"y el cajón flamenco comienza a hacer un solo.

TACA PUMMM TÁA

TA CÁ

PUMMMM

PUUM

TATACA

PUMM

TA

TACÁ

PUUMMMM PUMMMM

TATA CA

PUMMMMMM

...Y justo, con ese PUMMMM del cajón, un ampli MARSHALL de 300 w, da un sol desde una de las galerías de la plaza. Es Jimi que saca medio cuerpo por la ventana, colgandole su telecaster sobre las cabezas de quienes están debajo. Levanta los brazos y aplaude al mismo tiempo provocando a todo el mundo con sus palmas: PLAS PLAS PLAS y mezclándolas con el ritmo del cajón.

Su primera nota, un sol, da pistas al resto de los músicos sobre por donde irán los tiros. Chavela tiene su izquierda preparada en ese acorde, Ticha carga su fuelle de aire, impaciente, espectante y Leyva simplemente agudiza sus oidos mientras se toma su vino.

Este Jimi está "colgao", ahora saca una pierna por la ventana y comienza a tocar como un "poseso" el "twist and should"? de los BEATLES, con la distorsión de su guitarra a tope a lo Hendrix.
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Nota: Me da pena terminar esta historia, así que no lo voy a hacer.
Si eres músico...o no, si simplemente te gustaría formar parte de esta estampa, ya sea mirando desde los soportales, tocando un instrumento (da igual que no sepas, aquí puedes soñar que sabes) o siendo el jefazo de una productora de discos que quieres grabar a esta gente, cuélate en forma de comentario, esta es una estampa "coral" en la que cabe casi todo...(pero no te preocupes, no me sentiré comprometido, si no me gusta tu texto no lo colgaré).

Este texto está basado en una experiencia personal vivida en París.
Allí celebran el día de la música el 21 de Junio, y todos los músicos, virtusos o novatos, salen a la calle con sus instrumentos, llenando la ciudad de notas que flotan entre los edificios, el río, los monumentos, los jardines, los puentes...

3 comentarios:

Ana dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Kato dijo...

Al oir el Marshall a tope, del portal de la casa grande de piedra, con las ventanas blancas y una puerta muy grande, sale un chico al que creo que llaman el "pitero de cantaranas", con un REQUINTO de la mano, disimulando para no llamar la atención que todos tenían hasta ese momento sobre Jimi;
Hasta que empujado por su pie, que por cierto, cobró vida propia siguiendo el compás genial allí montado, llenó sus pulmones de aire y empezó a soplar A BAILAR EL PERICOTE, en ese momento todos los de la banda soltaron sus instrumentos, se pusieron unos en frente de otros y "a bailar", el pericote claro, el vendedor de bragas en principio no prestó demasiada atención, lo suyo es el pum pum pac tacatá, pero cruzando el puente se oía pron, pro pron, y cuando todos miraron vieron a un tamborilero atraído por el REQUINTO,
era un chico rubio con cara de despistado, fue entonces cuando el vendedor de "por tres euros ¿quien va sin bragas?" se sentó otra vez encima del cajón, los músicos de la banda cojieron sus instrumentos del suelo, Ticha su trikitixa, jimi su guitarra y así todos tocaban despacito y con un compás calentito.
El cielo, de repente su puso un poco gris y el ambiente de bochorno hizo que cayeran algunas gotas de agua sobre ellos, fue entonces cuando ocurrió lo que yo os queria contar,
no me pregunteis como, pues las cosas geniales casi nunca tienen explicación, pero esas gotas de lluvia hicieron que todas la mentes pensaran en una sola canción y a la de tres comenzaron a tocar (despacito) ....
purple rain, purple rain, ....
Y ése, chicos, fue uno de esos maravillosos momentos que hacen que la vida sea más fácil.
Sólo quería verte bajo la lluvia púrpua..........

Hache dijo...

En una esquina de los soportales una chiquilla con zapatillas que recuerdan a los de los enanitos del cuento de Blancanieves, sonríe. Con los pies marca el ritmo de la música. Está sola, tranquila, sin perderse detalle. No sabe cantar, no aprendió aún a tocar el piano, aunque un día lo hará. Pero sabe hacer algo mejor que nadie: sabe mirar.

De una bolsa de colores chillones, tejida en punto, que lleva cruzada como en bandolera, saca algo pequeño. Lo hace lentamente. Es una pequeña cámara de fotos. De esas que regalan los padrinos en algún cumpleaños. Abre la cámara, mira a la niña del megáfono, mira a Isabel ... empieza a inmortalizar sus miradas y sus sonrisas. Algún día esas fotos formarán parte del recuerdo.