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domingo, 17 de febrero de 2008

La plaza de Valle-Inclán


La plaza de Valle-Inclán


Nieva, los copos caen despacio, sin prisa por llegar al suelo. No se sabe si suben o bajan, se funden sobre las bufandas de los niños que se tiran con bolas y hacen pálidos muñecos de nieve, o en las boinas de los viejos, que se llevan las manos a la boca para entrar en calor. El mundo gira sereno.


La plaza de Valle-Inclán está encuadrada por edificios de dos alturas, con verdosos tejados de lastra y musgo, que la miran desde galerías blancas de madera,


En el centro de la plaza, el templete de los músicos, redondo, sencillo, con balaustre de madera y tejadillo de pizarra acoge a la banda los domingos y días de fiesta.


En frente, sentado sobre una silla con las piernas cruzadas, una estatua de tamaño natural, representa a Don Ramón con su larga barba, sus gafas redondas y su bastón. La banda siempre se sitúa mirándole, y los vecinos del barrio bajan sillas de sus casas y se sientan a su lado a escuchar la música dejándole siempre en primera fila. 



Muchas tardes de invierno, Verónica hace compañía  a Don Ramón. Se sienta a su lado, con su pañuelo azul a la cabeza, sus guantes sin dedos y nunca con menos de 4 chaquetas. Hoy teje una bufanda roja mientras asa las castañas que vende en cucuruchos de periódico y tararea “El día que me quieras” de su compatriota Gardel.

Respiro el aire caliente a través de mi bufanda de lana, un lápiz gastado piensa entre mis dedos; baila sobre este triste papel de periódico al ritmo de los latidos del cajón gitano de unos chicos que tocan bulerias frente al escaparate de la pastelería, Guitarra, cajón, palmas, cante y mucho arte. En el papel de periódico, que aún conserva el calorcillo de las castañas que acabo de comer leo una lista de conciertos...

Hoy mi soledad está contenta en medio de esta gente.

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