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sábado, 8 de marzo de 2008

Desvaríos de adolescente:

Porque somos una mezcla de lo que fuimos + lo que queremos ser, poso en este espacio uno de mis desvaríos de adolescente (Esa edad en la que se necesitaban ídolos y en la que uno de los míos era Jim Morrison) desnudando una parte de mi pasado para quien tenga curiosidad por entender mi presente (Se aprecia mejor el blanco si antes se estuvo en el negro):

UN SUEÑO


Estábamos en un oscuro bar, iluminados únicamente por unas pocas, mortecinas y discretas luces.


La gente que nos rodeaba era gente cotidiana, con risas cotidianas y cotidianas miradas, y la causante del leve murmullo que invadía el espacio, probable origen de nuestro silencio.


Supongo que no había nada trascendental que decir. Simplemente dos botellas de bourbon ,  que curiosamente se veían desde cualquier perspectiva, con un extraño tono amarillento, producido no sé si por el color del cristal o por el reflejo de los focos.


Un hecho que recuerdo, es que, a pesar del reducido espacio de nuestro bar, las personas que nos rodeaban, permanecían distantes, en una cierta lejanía.


Tardé en darme cuenta de que faltaba la pared que debería estar frente al mostrador, y por el hueco que quedaba se podía entrar en contacto con una profunda, húmeda y espesa selva, cruzada por las vÍas de un tren situadas al final del precipicio provocador que sustituía a la pared que faltaba y que servía de frontera entre dos mundos.


No recuerdo en qué momento, nuestras miradas se cruzaron distorsionadas entre las curvaturas de las botellas, y sin mediar  palabra, las agarramos, apurando su contenido hasta la mitad y después de darnos un largo beso, nos lanzamos al vacío cogidos de la mano. Caimos sobre los raíles que cruzaban la selva.


Debimos de estar un momento, quizás una eternidad (El tiempo es solo la imagen móvil de la eternidad), inconscientes, hasta que el ruido de un antiguo pero rápido tren, que venía en nuestra dirección, nos reanimó ligeramente.


A pesar de nuestro reciente “suicidio”, (el que nos llevó a este nuevo mundo) yo me coloqué entre los dos raíles, supongo que para “salvar”? la vida, esperando que el tren pasara por encima de mí sin tocarme.


Tu, en cambio, pusiste la cabeza en uno de los raíles y los pies en el otro. 


Los cotidianos no tardaron en asomarse por el hueco de la pared, con sus cotidianas sonrisas y sus, esta vez, algo menos, desinteresadas miradas.


El tren continuaba acercándose y ni tu ni yo variábamos nuestras posiciones. Sin enterarnos muy bien de lo que sucedía, sumidos en un tranquilo y casi impenetrable sueño.


Un instante antes de que el tren pasara por encima de tu cabeza, desperté, dándome cuente de que uno de los dos, probablemente yo, se había equivocado.

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